En el marco de la celebración del Día de la Madre, el presidente de la Academia de Psicología Social y Organizacional del Departamento de Psicología de la Universidad de Monterrey (UDEM), Jesús Castillo López, habla sobre la relación que se establece entre madre e hija, vínculo que se conoce como “diada”, término que hace referencia al aprendizaje sentimental y emocional de los hijos.
La salud y estabilidad de las relaciones familiares de la hija en la edad adulta dependen de manera significativa de la salud y estabilidad que se contemple en al relación con la madre.
La mamá es un modelo de comportamiento o actitud para la hija cuando esta se encuentra en los primeros años de su vida, su rol como madre es fundamental en su formación, asegura Jesús Castillo: “la hija, cuando nace, entra en competencia con ella o en una fase reparadora, entonces qué sucede: las empiezan a agredir ‘siéntate bien’, ‘no estés haciendo eso’, ‘ya ves las calificaciones que te sacaste’. Entonces empieza la descalificación, empieza la agresión y la hija reacciona de alguna forma: se siente fea, se siente tonta, devaluada”.
Los altercados entre madre e hija se originan, en su mayoría, a raíz de las siguientes circunstancias: la manera en que la primera ejerce su autoridad sobre la segunda o la “lucha” por el amor de la pareja, también conocida como “conflicto afectivo”, esto implica una aparente contienda por el amor del padre,
Durante la adolescencia de la hija y la madurez de la madre (alrededor de los 40 años), la relación entre ambas vive uno de sus momentos más complejos, desequilibrios denominados como “crisis del desarrollo del adolescente o del desarrollo psicológico del adulto maduro”, que las lleva a una serie de conflictos, asegura el director de la UDEM.
En esta etapa el papel del padre toma prioridad, porque es cuando la hija se inclina más hacia él, sin embargo, esta situación concluye con el emparejamiento de la hija o el nacimiento de su primogénito; con la maternidad, el lazo que se estableció con la madre en la niñez, regresa: retoma algunos patrones de ella para formar a su hijo o hijos.
Nos obstante, aún cuando esta relación pueda tornarse hostil, cabe la posibilidad de retomar un ngulo positivo, pero esto debe procurarse a tiempo pues, cuando la hija alcanza la madurez necesaria para empatizar con la madre la vida por delante es demasiado corta.
La directora del organismo “Acuerdos, Vida Familiar y Desarrollo de la Niñez”, Lillian García Dessommes, aclara que existe un momento en que la madre espera que su hija logre las expectativas que ella alguna vez se propuso, en este momento la relación está en la etapa reparadora: “no se realizó profesionalmente, no se casó con el hombre que esperaba, económicamente no tuvo los resultados que esperaba, o emocionalmente el marido no le da lo que tiene, entonces todo lo quiere vivir a través de la hija”, dijo.
Habla de un “estereotipo de mujer” del que la hija aprende posturas emocionales como la empatía o la maternidad: “Un elemento básico es donde la mamá representa lo que es ser mujer en el mundo, en pocas palabras, y la hija lo va adquiriendo conforme su crecimiento”. El nivel de estudios de la madre, por ejemplo, es una fuerte influencia para la vida profesional de la hija; las hijas madres con licenciatura o maestría tienen mayor tendencia a finalizar sus estudios
García Dessommes relaciona muchos aspectos de este vínculo con la actividad cerebral femenina, destaca la capacidad empática de la mujer que se debe principalmente a que esta puede trabajar el área emocional y racional al mismo tiempo.
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