¿Gente aburrida? Conozca por qué nadie sonreía en las fotografías antiguas

Cada día circulan por las redes sociales centenares de fotos de personas riéndose, haciendo caras raras o con expresiones linderas al ridículo, que contrastan con la seriedad de las imágenes antiguas. ¿Eran todos serios? No. La fotografía implicaba un momento especial y poco común, detalla RT Noticias.

Desde que comenzó a usarse el daguerrotipo para las fotografías, a fines de la década de 1830, las personas retratadas tenían a la seriedad como una característica común. Nadie sonreía. Todos mostraban un gesto adusto y hasta severo. Desentrañar los motivos de esta cualidad implica, según ‘El País’, ir más allá de las condiciones de vida de cada época.

Las enfermedades, la corta esperanza de vida o la violencia de algunas regiones no se reflejaban en las preocupaciones sociales, que encontraban en el carnaval y en otros festejos motivos de sobra para la diversión y la alegría. Por eso, la causa del gesto adusto debe buscarse en la actitud que se tenía hacia los retratos.

Para muchos, posar para una foto del siglo XIX era todo un acontecimiento, tal vez, único en la vida. Por eso, los preparativos no eran muy distintos a los que se realizaban para ser protagonista de una pintura. La seriedad era la misma: ello era entendido como un registro atemporal de una persona.

Sin embargo, al analizar los retratos antiguos se encuentra la excepción que toda regla presenta: la sonrisa indescifrable de la Mona Lisa de Leonardo da Vinci es un símbolo de la gracia hecha persona en el arte. No es la única. En el siglo XVIII, el escultor Houdon creó un sonriente Voltaire en una estatua de mármol. Pero estos pocos casos se quedaron en eso, una excepción.

No faltó, entonces, quien creyera que la seriedad de las fotos podía obedecer al largo tiempo de exposición que demandaba cada toma. Buscar ahí los motivos implicaría, según el portal, una respuesta parcial.

Lo normal era la seriedad y muy pocos fueron los que se animaron a salir de ella. Lo que lograron —ahí el motivo— fue una profundidad, un aura que creaba un tiempo y un espacio únicos e irrepetibles. Muy lejos de la frivolidad de las selfis actuales, esas viejas fotos conseguían un valor artístico, un registro atemporal que se perdió con el paso de los años, que quedó oculto detrás de la risa forzada y sin sentido de la multitud inagotable de fotos de la actualidad.