En los últimos doce meses lo hemos venido contando: en Ucrania, la guerra ha transformado a la nación convirtiéndose en catalizador de una revolución industrial bélica inesperada. Ha dejado de ser una utopía pensar en Kyiv para aquellas naciones que quieran drones. Por ello, la contienda, repleta de paradojas, nos ofrece una más que nadie vio venir: tienen tantos drones de combate y tan variados que son una ventaja, pero también un problema al mismo tiempo.
Innovación ante la adversidad. La historia tecnológica de Ucrania, marcada por ingenio y resiliencia desde los tiempos soviéticos, explica en gran parte su actual protagonismo en el ámbito de la defensa. En 1951, en las afueras de Kyiv, ingenieros ucranianos desarrollaron uno de los primeros ordenadores de Europa en un edificio bombardeado sin acceso a publicaciones occidentales.
Este espíritu de innovación en aislamiento, documentado en el libro Innovation in Isolation, ha perdurado hasta hoy, alimentando el surgimiento de empresas como Grammarly o Ajax, y sustentando la resistencia frente a la invasión rusa.
Una revolución bélica. Frente a la invasión rusa, Ucrania ha movilizado no solo a su ejército, sino también a sus ingenieros y desarrolladores de software, que han transformado tecnología comercial accesible en sistemas de combate efectivos. Desde drones kamikaze hasta mochilas inhibidoras de señales y plataformas digitales como Delta (que ofrece visión táctica en tiempo real), las soluciones ucranianas surgen desde los talleres y laboratorios improvisados hasta las mismísimas trincheras.
Volumen, velocidad y adaptabilidad. En un contexto donde potencias como China y Rusia aumentan su apuesta por los drones, Ucrania se ha perfilado como un socio indispensable para el mundo occidental. El año pasado, según Anton Verkhovodov, socio de la firma de capital D3, el país ensambló en secreto cerca de dos millones de drones en talleres dispersos, algo sin precedentes incluso dentro de la OTAN. La ventaja no radica solo en el volumen, sino en la velocidad del ciclo de innovación: se estima que en menos de un mes un nuevo dron puede ser desplegado en el frente y, poco después, enfrentarse a contramedidas electrónicas rusas, lo que obliga a iterar y mejorar sin descanso.
Esta capacidad de adaptación supera ampliamente los tiempos de desarrollo y prueba de los contratistas de defensa occidentales, que pueden tardar años en llevar un nuevo sistema del diseño al campo de batalla. Para Rafael Loss, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, esto convierte a Ucrania en un socio ideal, tanto por su conocimiento táctico como por su capacidad de producción ágil y contextualizada.
Autonomía nacional. Contaban en Insider que esta descentralización ha dado lugar a una especie de “caja de herramientas derramada”, en la que coexisten incontables modelos, tipos y tecnologías. Dicha estrategia responde no solo a la urgencia táctica de enfrentar la invasión rusa, sino también a la necesidad de independencia en materia de defensa, en vista de la imprevisibilidad del apoyo occidental, especialmente de Estados Unidos.
Un dato para entenderlo: en 2024, el 96% de los 1.5 millones de drones adquiridos por Ucrania fueron de producción local, lo que evidencia la solidez de esta capacidad industrial emergente y su relevancia estratégica.
Suministro flexible y adaptado al combate. Gracias a este modelo fragmentado, Ucrania ha logrado algo excepcional: transferir tecnología y productos desde los fabricantes directamente al frente de batalla, sin pasar por estructuras tradicionales de adquisición militar. Muchas unidades obtienen sus drones a través de campañas de financiamiento colectivo, y emplean modelos civiles adaptados al uso militar.
Esta flexibilidad permite una rápida retroalimentación entre operadores y fabricantes, optimizando el rendimiento de los equipos y adaptándolos a las exigencias cambiantes del combate. Dimko Zhluktenko, integrante de las Fuerzas de Sistemas No Tripulados de Ucrania, destaca que ha utilizado múltiples drones (99% ucranianos) provenientes de diferentes compañías, y que la diversidad es una ventaja táctica frente a la uniformidad del arsenal ruso, mucho más predecible.
Ventajas. A diferencia de Rusia, que utiliza un número limitado de tipos de drones, la variedad ucraniana complica el trabajo de detección, neutralización y contraataque del enemigo. Según el experto James Patton Rogers, si Ucrania usara solo un puñado de modelos estandarizados, Rusia podría aprender rápidamente a interceptarlos mediante guerra electrónica.
Sin embargo, al enfrentarse a drones de múltiples firmas, configuraciones y capacidades, las fuerzas rusas enfrentan una curva de aprendizaje mucho más empinada. Además, la dispersión geográfica de la producción hace más difícil que Rusia identifique y destruya centros clave de manufactura, algo que sí sería posible con un modelo más centralizado. La competencia entre fabricantes nacionales también fomenta una carrera acelerada de innovación, con el desarrollo de drones guiados por inteligencia artificial, sistemas sin GPS, drones submarinos y vehículos terrestres no tripulados.
Demasiada cantidad. El ritmo de consumo y destrucción de drones en el frente es altísimo. Samuel Bendett, del Center for Naval Analyses, señalaba que nadie previó lo rápidamente que estas tecnologías serían usadas, ni la velocidad con que se desarrollarían contramedidas. Ante esta realidad, Ucrania ha optado por la cantidad sobre la calidad, con un ambicioso plan de adquisición de 4.5 millones de drones en 2025.
La lógica es simple: minimizar costes, acelerar tiempos de despliegue y mantener la presión táctica mediante saturación tecnológica. Benjamin Jensen, del Center for Strategic and International Studies, describe esta táctica como una especie de “set de Lego bélico”, donde piezas de distintos orígenes se ensamblan con creatividad, bajo la guía de operadores y expertos de todo el mundo.
La gran desventaja. Con todo, lo peor de esta descomunal industria de drones que está levantando Ucrania la explicaba Alexander Pyslar, comandante de pelotón de drones de ataque, quien advertía que la diversidad de fabricantes representa un desafío operativo constante y sin precedente: cada modelo requiere ajustes, calibraciones y entrenamiento específico en un escenario donde el tiempo parece no existir.
Esto implica que muchos de los drones recibidos no están suficientemente probados en condiciones de batalla, a diferencia de lo que ocurriría con una estrategia centralizada de adquisición con modelos estandarizados. Rogers coincide: la calidad de los resultados en el campo varía ampliamente, y los operadores deben volverse expertos en múltiples plataformas para utilizarlas eficazmente a un tiempo imposible para ello. Qué duda cabe, este enfoque también genera problemas de interoperabilidad, mantenimiento y logística, elementos clave en un entorno de combate prolongado.
El dron como protagonista. En lo que no quedan dudas es en la importancia que han adquirido estás máquinas de guerra a pesar de sus limitaciones. Los drones han transformado todos los aspectos del combate en Ucrania: desde el reconocimiento, el ataque directo, el tendido de minas, la evacuación de heridos, hasta el combate terrestre asistido.
La necesidad de preservar vidas humanas en medio del conflicto ha convertido a estos dispositivos no tripulados en herramientas vitales para compensar desventajas numéricas o de fuego. En palabras de un operador del frente ucraniano, la estrategia es clara: “tener tantos drones como sea posible” para evitar bajas innecesarias y maximizar el poder de acción en todos los frentes.
Caos y desorganización, en apariencia, para una forma radical de adaptación tecnológica a un conflicto asimétrico.
Source: Crealo