A lo largo de dos décadas la Olimpiada Nacional se ha ratificado como el máximo semillero de deportistas de nuestro país, pero también como ejemplo de unidad, apoyo y respeto entre los más de 25 mil participantes que, desde 1996, se han encargado de fortalecer este movimiento, sin duda, el más importante de México.
Los sueños y aspiraciones de cada uno de los niños y jóvenes que toman parte en las especialidades competitivas son los mismos, pues en base a esfuerzo y perseverancia, todos apuntan a conseguir a través de la práctica deportiva la supremacía en cada una de sus disciplinas, además de un óptimo desarrollo como individuos.
Asimismo, la Olimpiada Nacional exterioriza el respeto, unidad y reconocimiento al rival, ya que a pesar de la gama de emociones que se desprenden por ganar una medalla de oro, tanto deportistas, entrenadores, compañeros, rivales y padres de familia son respetuosos del resultado y dan el mejor ejemplo de convivencia.
Una actuación memorable también demanda honestidad, dignidad, respeto y compromiso, valores que diariamente se construyen en los inmuebles deportivos; sobre las áreas de competencia y en las tribunas; ahí, se viven momentos inolvidables y emocionantes, de victorias y derrotas, que envuelven alegría, tristeza, temor, nerviosismo e incluso molestia.
Al final, siempre hay un aplauso al vencedor, palabras de aliento para el derrotado, pero lo más importante es el aprendizaje que se llevan de regreso a casa cada uno de sus participantes.
También los aficionados han sabido engrandecer desde las tribunas al certamen nacional por excelencia, pues sin importar que estén mezclados entre sí, ni mucho menos el color del uniforme que defienden y apoyan, en todo momento respetan las normas de la competición y del juego limpio.