Miguel Herrera, jugadores, aficionados y directivos mexicanos, no fueron los únicos que estallaron en júbilo cuando el asistente Eric Boria se enfiló hacia la línea de meta para hacer notar al árbitro central Walter López que Roy Miller había cometido una falta a Oribe Peralta. Los altos mandos de la Concacaf también lo hicieron.
La razón es sencilla: en el último minuto del tiempo extra, el genuino imán de taquilla en la Copa de Oro tenía una inmejorable opción para avanzar y garantizar al organismo otras dos entradas cinco estrellas, esas que sólo el Tricolor consigue en Estados Unidos. Sí, ese penalti permitió que la recaudación de México en el torneo rebase ya los 30 millones de dólares.
Más allá de que la señalización haya sido correcta o no, las vigiladas arcas de la Confederación a la que pertenece el representativo mexicano recibieron otra considerable inyección económica.
El impacto fue casi instantáneo. Menos de 24 horas después del dramático final en el estadio MetLife, la Concacaf anunció que ya no quedan entradas disponibles para las semifinales que mañana se jugarán en el Georgia Dome de Atlanta. Según cifras oficiales, se vendieron más de 68 mil.
Una cantidad similar se comercializó para todos los juegos de la Selección Mexicana en el evento. Es el único cabeza de serie (Estados Unidos y Costa Rica) que ha efectuado todos sus partidos en estadios de la NFL, cuyos aforos rebasan los 60 mil espectadores.
Si se toman en cuenta los boletos vendidos para la instancia previa a la final, 315 mil 46 aficionados asistirán a los primeros cinco juegos del Tricolor en el certamen. Está garantizado un sexto, porque fue incluido —por primera vez desde 2003— el cotejo por el tercer sitio.
El costo promedio de los ‘tickets’ para todos los partidos del evento regional es de 100 dólares, por lo que el combinado nacional ha generado poco más de 31 millones de billetes verdes, sólo por concepto de taquilla.
El Universal