Uno de los dos gigantes argentinos no tiene demasiado de lo que jactarse en el escenario más glamoroso del continente.
La Copa Libertadores es la obsesión de los hinchas latinoamericanos. Desde el norte de México hasta Tierra del Fuego: no hay club que no lo dejaría todo por levantar el trofeo más deseado. River Plate quiere romper su oscura tradición e instalarse en la final, pero en el camino se encontrará con un enemigo indeseado: el Guaraní paraguayo.
A la hora en que hay que hacer el gol definitivo, la entrada salvadora o el último penalti, los paraguayos son temibles. Si tiene alguna duda, puede tocar la puerta de la Confederación Brasileña de Fútbol y aparecerse vestido de rojo y blanco.
Los brasileños se la estrellarán en la cara y huirán despavoridos. Nadie quiere enfrentarse a los paraguayos en semifinales. Son siempre equipos austeros, cortos, sencillos, eficaces. Los tiempos del Olimpia “Rey de Copas” han acabado, y con eso el glamour del fútbol paraguayo. Hoy, el Guaraní es el equipo más rocoso de este histórico certamen, como lo fue el año pasado el Nacional, que perdió la final contra el San Lorenzo.
El 2005 fue la última vez en que el Millonario estuvo a puertas de la final. Fue un 29 de junio.
El hoy entrenador, Marcelo Gallardo, era el volante de creación, flanqueado por Lucho González, que hoy recorre sus últimos metros de corto. Aquella noche el Sao Paulo fue demasiado –después sería campeón- y River tuvo que volver a Núñez con la cara larga.
Hoy son los favoritos, a pesar de haber realizado un recorrido casi esquizofrénico: agonía con poco oxígeno en Oruro, gas pimienta y escozor en la Bombonera, y pánico escénico en el Monumental contra Cruzeiro. Ojo con Guaraní: disfruta de su condición de cenicienta, acompaña el sufrimiento con una sonrisa y cada balón parado es como un caramelo para el modesto conjunto asunceño.
AGENCIAS