Luces más suaves, sonido moderado y libertad para moverse: así se sintió la función relajada de El Rey León en el Teatro Telcel, un gesto histórico para familias neurodivergentes.
El Rey León presentó su primera función relajada en el Teatro Telcel y fue un momento histórico para la inclusión en el teatro mexicano. Con sonido moderado, luces tenues y libertad para moverse, esta experiencia estuvo pensada especialmente para personas con autismo y neurodivergencias, permitiéndoles disfrutar del musical a su propio ritmo.
La experiencia comenzó incluso antes de entrar a la sala. En el lobby se sentía un ambiente diferente: personas con audífonos sensoriales, niños con peluches o mantas de peso, voluntarios sonriendo con paciencia y señalética visible para orientar sin prisa. Una vibra suave, respetuosa, contenida. No había prisa. No había expectativa de silencio perfecto. Había espacio para habitar el teatro a la manera de cada quien.
Minutos antes de que el telón se levantara, dos figuras queridas irrumpieron en el escenario: Timón y Pumba. No para arrancar carcajadas —al menos no todavía— sino para acompañar. “Hoy vamos a compartir con todos ustedes una función relajada para que cada uno la disfrute a su manera.” dijo Sergio Carranza, intérprete de Pumba, con una calma que llenó la sala de alivio inmediato.
Esa frase fue, sin exageración, la llave que abrió la puerta invisible del miedo al juicio que tantas familias neurodivergentes cargan en espacios culturales y también confirmó algo más profundo: el teatro estaba aprendiendo a escuchar.

Después, llegaron las explicaciones claras y cuidadosas: “Los sonidos hoy estarán suavizados… y si lo necesitan, pueden moverse, levantarse o usar las áreas de descanso.” añadió Eli Nazau, quien interpreta a Timón.
Las luces no se apagaron por completo. No hubo estridencia. Hubo adaptación: volumen moderado, eliminación de luces estroboscópicas, accesibilidad física, señalética con pictogramas y áreas sensoriales disponibles.
Cuando finalmente comenzó la música, no lo hizo con el rugido contundente que usualmente anuncia “El ciclo sin fin”. En su lugar, la nota fue suave, como si la sabana africana estuviera respirando hondo antes de acercarse. El público también lo hizo.
Durante la función, los movimientos espontáneos, las vocalizaciones y las pausas no fueron interrupciones: fueron parte del paisaje. Nadie pidió silencio. Nadie volteó molesto. Nadie exigió “comportarse”. Se vivió una libertad poco común: la libertad de existir sin pedir permiso.

Y cuando llegó el final, en lugar del estruendo tradicional, ocurrió algo hermoso: manos extendidas en el aire, girando, brillando sin ruido. Tal como lo habían anticipado con humor al inicio: “Pueden expresarse con total libertad… si quieren, pueden utilizar el aplauso en lengua de señas.”
El Rey León no solo presentó una función ajustada —presentó un antecedente. Uno que demuestra que el arte puede transformarse para que más personas puedan verlo, sentirlo y hacerlo suyo.
Source: Espectaculos


