En julio de 2003, la prensa internacional se estremeció al escuchar las declaraciones del entonces presidente de la Comisión de Derechos Humanos, José Luis Soberanes, sobre aproximadamente mil mujeres desaparecidas en Ciudad Juárez, Chihuahua, sin poder proporcionar una cifra exacta. Hasta la fecha la cifra se mantiene abierta y ninguna organización ni instancia gubernamental sabe exactamente cuántas mujeres están desaparecidas.
Yo nací en Ciudad Juárez. Realmente fue muy fuerte recibir tanta información sobre el tema desde niña. Mi madre fue muy cuidadosa y nunca me dejaba quedarme en casa de otros familiares o amigos; es como si desde niña la misma ciudad te enseñara que hay un peligro constante cuando caminas en la calle, cuando vas a un bar, cuando vas a una fiesta aunque sea de personas que conoces. Yo salí de la ciudad cuando tenía 18 años, me vine a estudiar a la Ciudad de México y regresé a Juárez a los 24 años.
Cuando volví a la ciudad vivía cerca del centro y cuando salía a caminar podía ver cientos de carteles de mujeres desaparecidas. Me quedaba observándolos por largo tiempo, me llamaba la atención las señas características, como estatura, cabello, ojos, la ropa que llevaba puesta. Me quedaba pensando en ellas por horas, hasta que un día me decidí a llamar a un teléfono que estaba apuntado con pluma en uno de los carteles. Era la casa de una chica llamada Yesenia. Fui algo torpe porque realmente no sabía ni qué decir, así que inventé que estaba haciendo una investigación y que me gustaría entrevistar a la madre, quien aceptó. Mi primera intención era saber más de Yesenia, quería conocer su espacio personal. Así que empecé este proyecto fotográfico en marzo de 2005 y hasta el momento no he dejado de relacionarme con él; como que con el tiempo toda esa información se convirtió en un estudio sobre la violencia y los diferentes actos de terror repetidos en una sociedad.
Hasta la fecha, he visitado a 78 familias de mujeres desaparecidas y a 27 de víctimas de feminicidio. Desde el primer caso empecé a pensar en estas mujeres; siempre aparecía algo que me ligaba a ellas, como la calle donde fueron vistas por última vez, la escuela donde estudiaban… para mí era muy cercano, creo que sin el acompañamiento y cariño que tuve de las madres, no hubiera podido continuar.
La mayoría de las familias conservan intacta la recámara de su hija: lo único que tienen son recuerdos. Las madres me mostraban fotos, ropa y, en algunas ocasiones, podía percibir el olor en alguna prenda. Nunca había visto tanto dolor en una persona: como si el extrañar a sus hijas desdoblara el presente en pasado, una y otra vez, como única manera de retener el amor. Al pasar el tiempo, la identidad y su conflicto con la ausencia encuentran la memoria como solución única.
Reportaje y galería de: VICE