
Dusk, Dallas. 21 de noviembre de 1963.
Ruth Paine, una cuáquera de talante discreto, regresó a casa después de haber ido a la tienda de abarrotes. En su jardín se encontraba su inquilina Marina Oswald jugando con su hija, las acompañaba el distante esposo de Marina, Lee.
“Estaba sorprendida de verlos,” declararía tiempo después Paine.
Ruth Paine descendió de su vehículo y conversó en ruso con la familia Oswald.
Lee aprendió el idioma, aunque nunca lo habló a la perfección, en la Unión Soviética, donde vivió después de haber realizado su servicio militar en los Estados Unidos. Oswald conoció a Marina en Rusia, quien vivía con Paine por sus distanciamientos frecuentes con Lee, y le enseñaba ruso.
Era un hombre de 24 años, extraño y grosero, que habitaba en una pensión en el centro de la ciudad y visitaba a su familia sólo los fines de semana.
Una visita imprevista
Oswald se presentó en casa de Ruth Paine ese jueves, 21 de noviembre. “La visita fue imprevista”, declaró Paine, “jamás había venido sin pedir permiso antes”. Oswald era un dolor de cabeza. El FBI había acudido a la casa de Paine en dos ocasiones para buscarle, debido a sus juntas con conocidos comunistas.
Su matrimonio con Marina era problemático: la pareja peleaba y se reconciliaba constantemente. Oswald acudió ese día intentando reconciliarse con su mujer, pensó entonces Paine. Se comportó de manera inmejorable, ayudándole incluso a cargarle las bolsas de sus compras. Cuando entraron a la casa ella giró hacia él y le dijo en ruso: “Nuestro presidente viene a la ciudad”. “Da”, dijo él. Sí.
En efecto, era el día previo al atentado perpetrado en contra del presidente John F. Kennedy en la plaza Dealey.
Durante todo el jueves, Lee se comportó de una manera pasiva y no discutió con Marina, quien recién había dado a luz a su segundo hijo. Se comportaba más juguetón que de costumbre con Junie (hija de Marina y Lee), intentando atrapar mariposas y hojas de roble en el jardín. “Esa tarde del mes de noviembre, mientras el crepúsculo avanzaba, el ambiente en Texas era aún lo suficientemente cálido para jugar en el exterior,” escribió Norman Mailer en El cuento de Oswald, la biografía de 800 páginas del asesino. “La conversación durante la cena fue tan ordinaria que nadie la recuerda,” escribió Priscilla Johnson McMillan, en su libro Marina y Lee: De hecho, Paine “tenía la impresión de que la relación entre la joven pareja era ‘cordial,’ ‘amistosa’, ‘cálida’ —como una pareja reconciliándose después de una pequeña disputa”.
Es claro que ninguno de los presentes sabía lo que Oswald había planeado para el día siguiente, aunque Marina intuía hasta dónde podía llegar de su esposo. Ella sabía que Oswald guardaba un rifle cubierto con una manta en la cochera de Paine, y sabía a quiénes y qué despreciaba su marido. A comienzos de ese año, en marzo, Oswald había intentado —sin éxito— asesinar a Edwin Walker, un general anticomunista retirado.
Es jueves 21 de noviembre, tras dormir a Junie, Lee le preguntó a Marina si podía ayudarle a lavar los platos, de nuevo una actitud irreconocible. Al describir esta escena, Mailer escribió, “Oswald había alcanzado esa serenidad que algunos hombres logran antes de ir al combate, cuando la ansiedad es tan profunda que se siente como una exaltación velada y tranquila.
Oswald le dijo a Marina que no volvería ese fin de semana, pues se quedaría en el centro, donde había conseguido un nuevo empleo en un depósito de libros escolares de Texas, cerca de la plaza Dealey. Marina le preguntó por las actividades que realizaría en su nuevo trabajo. Ella siguió lavando los platos y él se dirigió a la cochera, posteriormente se iría a dormir.
Despierto y con mal humor
McMillan escribió: “Lee estaba recostado bocabajo con los ojos cerrados cuando Marina se acostó junto a él. Marina tenía privilegios por estar embarazada; es decir, ella podía dormir con sus pies sobre cualquier parte de la anatomía de Lee. Alrededor de las tres de la mañana, según Marina, ella recargó su pie en una de las piernas de Lee, quien no estaba dormido y, súbitamente, con una vehemencia, levantó su pierna y empujó con fuerza el pie de Marina. “Cielos, está de mal humor”, pensó Marina.
El viernes 22 de noviembre, Oswald se despertó tarde. Le dijo a Marina que había dinero en la cómoda; sin que ella se percatara, se quitó su anillo de bodas y lo dejó en una tasa. Lee se fue sin darle un beso de despedida. Marina volvió a la cama.
El avión de Kennedy aterrizó en el Aeropuerto Dallas Love un par de horas más tarde. Para entonces, Oswald ya se encontraba en el depósito de libros, aunque no precisamente para trabajar.
Marina y su casera encendieron la televisión monitoreando intermitentemente la cobertura de la visita de Kennedy. En torno a las 12:30 horas, el primer boletín fue transmitido: le han disparado al presidente.
Thomas Mallon escribió en su libro Mrs. Paine’s Garage: “Marina y Paine regresaron hacia una extraña calma después del terror que ambas sintieron. Incluso en la hora de la peor incertidumbre, cuando Kennedy yacía en el hospital Parkland, el trabajo de ambas continuaba. Marina fue al patio trasero para tender la ropa. (Paine) se unió pronto a ella y le comunicó las últimas noticias: se pensaba que los disparos contra la caravana presidencial no se produjeron desde el depósito de libros. Probablemente Lee tendría una interesante historia que contar cuando volviera a casa esa noche.
Marina se dirigió silenciosamente hacia el garage. “Buscó el bulto en el mismo lugar que lo había visto un par de semanas atrás”, Mallon escribió. “Para su alivio, el bulto parecía estar en el mismo lugar”. Marina y Paine se sentaron frente a la televisión. Cuando se anunció que Kennedy había fallecido, Paine comenzó a llorar, aunque Marina permaneció impávida. “A pesar de su visita al garage”, escribió Mallon, en ella “no se había disipado el temor de que su marido, violento y propenso a cometer un homicidio, pudiera estar implicado en esta catástrofe”.
La policía llamó a la puerta principal; buscaban a Oswald. En el garage, Marina señaló el bulto envuelto. Un oficial lo levantó y se desdobló al instante. No había nada dentro, el rifle no estaba ahí. “Fue entonces cuando tuve este sentimiento”, dijo Paine a Mallon. “Dios mío, podría haber sido Lee”.
Dos días después, Jack Ruby le disparó a Oswald a fuera de un cuartel de policía donde se encontraban cámaras de televisión. El asesino había sido asesinado.
Tomado de El Economista
Source: Mundo
