Tendrían entre cuatro y siete años cuando la narcoguerra se desató en la ciudad, en ese entonces tenían la misma edad que Cristopher Márquez, el niño que mataron a sangre fría y después enterraron en un lote baldío de la colonia Laderas de San Guillermo, muy cerca del penal de Aquiles Serdán, en donde hoy decenas de secuestradores que hicieron de las suyas en una de las épocas más oscuras de Chihuahua pagan por sus delitos en celdas especiales y en donde se les permite sólo una de hora de luz solar al día.
Los cinco adolescentes que mataron al pequeño pretendían ser ellos, y así como ellos, tampoco midieron las consecuencias.
Según familiares del niño, los minidelincuentes acuchillaron a Cristopher 27 veces por la espalda, le arrancaron los ojos, parte del labio y de la mejilla… hoy, desconsolados y tras sepultarlo el domingo por la tarde, su madre y su abuela exigen justicia, una justicia que sólo alcanzará a dos de ellos, a los de 15 años, pues el Código Penal del Estado impide juzgar bajo el mismo criterio a los otros dos de 13 y a la menor de apenas 12 años.
Por tal motivo una guerra silenciosa, mucho más silenciosa que los disparos, “levantones” y sangre derramada que inició en el trágico 2008 y que apenas hace unos dos años pudo reducirse hasta sólo dejar destellos de lo que fue, es librada por los familiares de Cristopher y por un sector de la población que está indignado con las actuales leyes que para ellos protegen a los pequeños homicidas, a los futuros psicópatas, a los que ya lo son.
Por lo pronto los dos adolescentes de 15 años son quienes enfrentarán cargos por homicidio, pero que debido a su edad sólo podrán alcanzar una pena similar a los años que hoy tienen, es decir, saldrían libres a los 30, quizá rehabilitados, quizá listos para seguir matando.
Y mientras este nuevo caso que ha cimbrado a la sociedad chihuahuense, nacional e incluso internacional, atrayendo de nueva cuenta la atención mundial como en los álgidos años de los decenas de acribillados al día, otra vez Chihuahua está en el ojo del huracán, por lo que los expertos en criminología y hasta psiquiatras se preguntan si lo que hoy vemos es el fruto de la narcoguerra, esa misma que partió familias, desfiguró inocentes y exhibió culpables, esa misma que hoy se niega a desaparecer, mostrándonos de manera siniestra que sus tentáculos alcanzaron hasta aquellos que en su momento sólo formaban parte de la infancia expectante.
Y es que en los últimos dos años los casos de menores asesinos han puesto en alerta a las autoridades, quién no recuerda a Ana Carolina, aquella chica introvertida que hace apenas dos años asesinó a sus padres adoptivos ayudada por su novio y su amigo. Tenía 17 años y fue sentenciada a purgar una pena de 15, es decir, saldrá libre a los 32.
Para los expertos que analizaron su violento doble crimen, la joven padece una psicopatía nivel 9, la más alta y las más peligrosa, digna de los peores asesinos de la historia, quizá sólo comparable con personajes de ficción.
Ana Carolina mató a sus padres adoptivos asfixiándolos primero, luego les inyectó cloro en la yugular y después los roció de gasolina hasta calcinarlos. El hallazgo de los cadáveres ocurrió el sábado 4 de mayo del 2013, cerca de un centro recreativo al sur de la ciudad.
O quién no recuerda a Dahana Mayely, un caso menos mediático que el de Ana Carolina pero igual de escalofriante. La chica de 14 años mató a su amiga y a la madre de ésta el 3 de noviembre del 2011 en una vivienda de la colonia Jardines de Oriente, luego de que ambas le dieron posada.
La razón, una deuda y la envidia hacia la adolescente de su edad que estaba a punto de cumplir 15 años.
Dahana las asfixió y durante tres días convivió con los cadáveres, hasta que éstos fueron localizados en estado de descomposición. La sentencia fue la misma: 15 años de prisión por el doble crimen, el motivo, era menor de edad.
O más recientemente el asesinato de una madre a manos de su también hija adoptiva en Ciudad Juárez, quien al igual que Ana Carolina calcinó el cuerpo de la mujer y el de su hermana, ayudada también por su novio y un amigo.
Se trata de Karen, cuyo padre biológico purga una sentencia en el Centro de Reinserción Social de Manzanillo, Colima, mientras su madre se prostituye en una cantina en la zona Centro de Juárez, además de que un hermano también ejerce el comercio sexual.
Hoy es el caso de los niños matando niños, adolescentes jugando al secuestro que de manera sanguinaria acabaron con la vida del pequeño Cristopher… la pregunta queda en el aire, ¿será acaso que lo que como sociedad dejamos de hacer y culminó en la narcoguerra, esté ahora cobrando la factura en la mente de los menores, la carne de cañón de una época de infamia?