Conocer lo antes posible hacia dónde viajará la ceniza de un volcán, por cuál ladera se formará un lahar (flujo de sedimento y agua) al bajar en plena temporada de lluvias, son algunos aportes de una base de datos creada en el Centro de Geociencias (CGeo) de la UNAM para vigilar e informar sobre los volcanes activos de México.
En un país donde el Cinturón Volcánico Transmexicano atraviesa de oeste a este el territorio a lo largo de 880 kilómetros, existen por lo menos 14 volcanes activos, la mayoría dentro de esa zona y algunos fuera de ella, destacó Lucía Capra, investigadora y secretaria Académica del CGeo.
Desde 2007, Capra y un grupo de colegas crearon la base de datos www.geociencias.unam.mx/mexican_volcanoes, que les permite reunir e intercambiar información científica (publicaciones, mapas, simulaciones numéricas) y de divulgación para todo público (mapas de peligro, fotografías y videos).
Popocatépetl y Colima, los más vigilados
Actualmente, el sitio tiene información más abundante del Volcán de Colima (ubicado entre Colima y Jalisco), sobre el cual la universitaria encabeza un grupo de trabajo continuo, y del Popocatépetl (entre el Estado de México, Puebla y Morelos), pero también ha iniciado con datos del Ceboruco (en Nayarit), el Chichón (en Chiapas) y el Pico de Orizaba (entre Puebla y Veracruz).
“Nos dimos cuenta de que había muchos investigadores, de la UNAM y de otras universidades, que indagaban sobre volcanes activos. Consideramos oportuno realizar una base de datos para reunir los trabajos, saber qué hace cada quién e interactuar”, dijo.
Toda la información del sitio ha sido validada a través de una publicación científica. “No incluimos aquella de la que hay duda de su origen”, aclaró la investigadora.
La base incluye publicaciones científicas, la historia geológica y eruptiva de cada coloso activo, y busca agregar proyectos de estudiantes de posgrado que trabajen sobre el tema.
“Hoy activos son, principalmente, el Volcán de Colima y el Popocatépetl, pero potencialmente hay 10 o 12 más. Tenemos el ejemplo del Chichón, que antes de 1982 no era considerado activo ni peligroso y tuvo una erupción fuerte”, recordó.
En la base de datos, el usuario puede seleccionar el coloso de su interés y acceder a la información disponible, como mapas geológicos o de peligros, así como informes de la actividad eruptiva pasada.
“Algunos datos los producimos nosotros, pero involucramos a otros investigadores para que participen y nos digan cómo quieren que se presente la información”, precisó Lucía Capra.
La base actualiza a diario y de manera automática el pronóstico de la dispersión de ceniza del Popocatépetl y el Volcán de Colima. “El Servicio Meteorológico Nacional nos envía cada mañana el pronóstico de los vientos para las siguientes 72 horas y nosotros corremos un modelo que, en caso de haber una erupción en ese momento en el Popo o Colima, nos diría hacia dónde irían las cenizas. El modelo numérico se corre en un equipo de supercómputo que tenemos en el Centro de Geociencias”, señaló.
Otro dato en tiempo real es el monitoreo de los lahares del Volcán de Colima, dos páginas con información de dos barrancas principales, que se actualizan cada cinco minutos y ofrecen imágenes y algunos datos aportados por dos sensores sísmicos instalados.
“Los sistemas de monitoreo de lahares del Colima son únicos en México. Si llueve podemos ver si el agua se acumula de manera tal que pueda erosionar el material de la barranca y formar flujos de escombros”, abundó.
En ocasiones, por las barrancas bajan grandes bloques que miden más de un metro, arrastrados por flujos de lodo parecidos a coladas de cemento, que a su paso pueden dañar carreteras, afectar a personas o destruir antenas de alta tensión, como se ha observado en años anteriores.
“Desde ese punto de observación, estos flujos tardan alrededor de 20 minutos en alcanzar el poblado más próximo. Eso nos da la posibilidad de alertar a protección civil de que algo ocurre en la barranca para que estén atentos sobre alguna afectación a las localidades”, añadió la científica.
El Volcán de Colima tiene una red sísmica de ocho estaciones que depende de la universidad del estado, además de dos estaciones para lahares y cuatro sensores medidores de precipitaciones.
“Las estaciones de lluvia son necesarias en diversas laderas, pues las precipitaciones pueden ser muy localizadas, sobre todo a principio de la temporada. Son importantes para definir el umbral de lluvia que puede disparar la formación de un lahar, es decir, la cantidad mínima de agua para que ocurran los proceso de escurrimiento y erosión en los cauces de los ríos”.
El Popocatépetl, cuya vigilancia está a cargo del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred), tiene una red de monitoreo que permite estudiar la actividad sísmica, deformación del edificio volcánico y composición de las emisiones de gases, entre otros.
“Tienen asesoría de un grupo de investigadores de la UNAM, que participa en el análisis de los datos y de los posibles escenarios eruptivos. Actualmente trabajamos en un nuevo mapa de peligros del Popocatépetl y participo en la realización del modelado numérico de posibles escenarios. La idea es que, si conocemos el estilo eruptivo, el tipo y magnitud que tuvo el coloso hace miles de años, se pueden modelar posibles escenarios futuros y prever las zonas de eventual afectación”, acentuó.
Para complementar la base de datos, a finales de este año se propondrá un nuevo mapa de peligro para el Popo; además, se avanza en la captura de información del Ceboruco con ayuda de la Universidad Veracruzana; en cuanto al Pico de Orizaba y el Cofre de Perote, inician la inclusión de mapas geológicos y de la información derivada de publicaciones recientes.
“Tenemos alrededor de 300 mil visitas de todas partes del mundo, desde público en general hasta investigadores de varios países, pues hay distintos niveles de información, desde divulgación hasta técnica”, finalizó.