De acuerdo con una investigación publicada recientemente en la revista Nature Climate Change, el impacto global en la degradación forestal y en el cambio climático por la colecta y quema de leña en fogones abiertos para cocinar –actividad que realizan tres mil millones de personas en el planeta–, es menor a lo que se había considerado de manera convencional.
Esa afirmación forma parte del trabajo realizado por un grupo de expertos, integrado por Adrián Ghilardi, del Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental (CIGA) y Omar Masera Cerutti, del Centro de Investigaciones en Ecosistemas (CIEco), ambos de la UNAM, así como por Robert Bailis, de la Universidad de Yale y Rudi Drigo, especialista internacional en temas forestales.
Los resultados indican que sólo entre 27 y 34 por ciento de la leña que se utiliza para satisfacer necesidades de subsistencia a nivel mundial, puede considerarse no sostenible, basada en la regeneración de los bosques, lo que pone en entredicho la noción de que la recolección de este biocombustible y del carbón vegetal es una de las principales actividades responsables de la degradación forestal y de la producción de dióxido de carbono (CO2) en los países en desarrollo.
Como parte de las conclusiones, los investigadores determinaron que más que una situación generalizada en el mundo, la degradación ocurre en regiones particulares, que fueron identificadas de manera general en el estudio.
“Desde el inicio de mi tesis de doctorado, me interesé por analizar el impacto real del consumo de leña en la desforestación y determinar cuáles son las oportunidades al utilizar este recurso en forma sustentable. A fin de cuentas, el insumo proviene mayoritariamente de los bosques y éstos pueden manejarse también de manera sostenible”, señaló Omar Masera.
En 2001, durante su estancia sabática en la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), junto con Rudi Drigo y Miguel Trossero, desarrolló un modelo geoespacial denominado WISDOM para comprender mejor si la leña es o no el gran factor de impacto ambiental y ayudar a mejorar la planificación para propiciar su uso sustentable. A esta tarea se unió después Adrián Ghilardi, quien desarrolló herramientas de simulación dinámica y nuevas versiones del modelo.
“Con la aplicación inicial de WISDOM en más de 20 países, entendimos que el uso de leña en el mundo –particularmente para la cocción de alimentos– presentaba muchos matices; los escenarios variaban de un lugar a otro, no podían hacerse generalizaciones rápidas”, comentó Masera Cerutti.
Hace tres años, con la colaboración de Robert Bailis y el financiamiento de la Alianza Global sobre Estufas Limpias (GACC, por sus siglas en inglés), se puso en marcha un proyecto para realizar una estimación del estatus global de su impacto en la renovación de los bosques. El proyecto, que resume 15 años de investigación, consistió en aplicar la metodología WISDOM a 90 países de las regiones tropicales del mundo.
“Globalmente, el 30 por ciento de la leña consumida ocasiona degradación; además, su extracción no es una causa dominante de deforestación, comparada con otros factores como la expansión de la agricultura y la ganadería. El impacto por su uso se encuentra focalizado en determinadas zonas y, de ahí, que las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas de esta actividad sean menores a las consideradas con anterioridad”, reiteró el universitario.
Por otra parte, explicó que según el estudio, las zonas en el orbe con problemas de degradación (donde la demanda de leña no es sostenible, identificadas como hotspots o áreas prioritarias) se concentran en el sureste de Asia y este del África Subsahariana, aunque están presentes en muchos otros países, incluido México.
En promedio, unos 275 millones de personas habitan en hotspots y es en esas áreas donde deberían concentrarse los esfuerzos para reducir la demanda tradicional de leña y carbón vegetal.