Gran parte de las agresiones contra menores permanece oculta, principalmente por miedo, pues muchos niños temen denunciar y los padres guardan silencio cuando la ejerce el cónyuge, algún miembro de la familia o personajes poderosos, expuso en la UNAM Marcela Lucero Valladares, de El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur).
Desde Chiapas, la académica impartió la videoconferencia Mortalidad por violencia en la infancia y la adolescencia en México: accidentes, homicidios y suicidios, en la que señaló que los pequeños suelen ser considerados desde seres angelicales, sin valor y pasivos, hasta miniadultos.
“Aunque hay leyes encaminadas a protegerlos, persisten contradicciones en el trato recibido en lo privado y en la esfera pública, lo que permite vejarlos de varias maneras”, advirtió desde una pantalla instalada en el auditorio Rolando García, del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de esta casa de estudios.
Al desglosar el Informe nacional sobre violencia y salud, detalló que en todos los grupos étnicos y clases se practica el maltrato físico. “Hay factores sociales y demográficos vinculados a una incidencia más alta; se observa que son más proclives los padres solos o con bajos ingresos, así como familias sometidas a un estrés adicional por la presencia de hijos con discapacidad, no deseados o hiperactivos”.
Las agresiones —con frecuencia infligidas en el hogar, escuela o centro laboral— pueden ser corporales, sexuales, psicológicas o emocionales, o traducirse en discriminación, abandono y permisividad, con el agravante de que pasan inadvertidas —e incluso se reproducen— al no haber vías seguras de denuncia o porque algunas de sus manifestaciones son socialmente aceptadas.
El maltrato suele disfrazarse de disciplina, fenómeno con repercusiones de largo plazo, pues favorece un ambiente hostil capaz de afectar a todos los sectores. “De hecho, el reporte referido revela que ser golpeado o abandonado en la infancia incrementa las posibilidades de que las víctimas repitan estos comportamientos a futuro”, agregó Lucero Valladares.
En casos graves, aseveró la experta, este tipo de arbitrariedades derivan en muerte, ya sea por homicidio (más frecuentes en hombres) o suicidio, que usualmente revela una cadena de abusos, casi siempre dentro de la familia (el género femenino lo intenta más, pero el masculino tiene mayor éxito al recurrir a métodos más certeros y definitivos).
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en el país hay 39.2 millones de adolescentes; de ellos, 21.4 millones están en pobreza y 5.1 millones la viven en su forma extrema. Además, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), los menores de 18 años subsisten en condiciones de privación más marcadas que los mayores de edad.
“El país se torna poco hospitalario con miles de jóvenes que crecen en un entorno de violencia cotidiana que deja profundas secuelas físicas y emocionales”, subrayó.
Entre las repercusiones más brutales destaca el homicidio. “En los últimos 25 años se registra un promedio de dos menores de 14 años asesinados al día y un número considerable de niños y adolescentes han perecido a consecuencia del crimen organizado (913 perdieron la vida por esa causa entre 2006 y 2010)”, concluyó.