Es una tarde soleada en Hershey Park, un enorme parque de atracciones de Pennsylvania. Masas de gente feliz recorren el lugar, con muchos niños, mientras de fondo de oyen los gritos de los que van en las montañas rusas.
Los valientes con ansias de emociones, fuertemente sujetos a los asientos, levantan los brazos justo antes de la caída libre, para remontar después sanos y salvos tras unos segundos en atracciones llamadas “Skyrush” o “Storm Runner”. O al menos casi todos.
Con 50 metros, el tobogán de agua “Loco”, de Kansas, presume de ser el más alto del mundo. Los botes azules salen lanzados como proyectiles a través de un tubo semi abierto. Pero al llegar a su máxima altura, Caleb Schwab, de diez años, salió disparado y murió decapitado al chocar contra la red de seguridad.
“No podemos explicarnos lo que pasó”, asegura Winter Prosapio, portavoz de la atracción, quien prometió una investigación. Es posible que el niño o sus padres hayan ignorado las exigencias de edad mínima o peso mínimo que debe tener el usuario del tobogán, aventura.
En un lapso de unos pocos días murieron varios niños en Estados Unidos estas últimas semanas en parques de diversiones. Cerca de Pittsburgh, un menor de tres años se cayó de una montaña rusa de madera de 78 años de antigüedad. En Tennessee, tres niñas se precipitaron de una enorme rueda por un problema mecánico que detuvo una de las góndolas, que se giró como si fuese una taza vaciándose.
Uno de los principales problemas podría estar en que en todo Estados Unidos, un país donde los parques de atracciones son muy populares, no existe ningún organismo estatal que establezca y supervise los estándares de seguridad. Tampoco existe una organización independiente que haga inspecciones. La seguridad es responsabilidad del estado pero sobre todo está en manos de los propios administradores de los parques.
Según un estudio de 2013 de la organización Children’s Hospital, de 1990 a 2010 entraron en urgencias por accidentes ocurridos en montañas rusas u otras atracciones 92 mil 885 niños, es decir unos 4 mil 423 heridos por año, de los que el 70 por ciento se produce en los meses del verano, es decir una media de 20 al día.
La cifra hay que analizarla, sin embargo, en relación con el número total de visitantes, que, según datos de la asociación de parques de atracciones IAAPA, ascienden en las instalaciones fijas como las de Disney o los Six Flags Parks a nada menos que 335 millones al año, más otros 85 millones en los parques acuáticos.
Gary Smith, autor del estudio de 2013, señaló a USA-Today que en general los parques son seguros, pero que en vista de la cantidad de accidentes cada verano habría que hacer más para establecer un sistema de seguridad efectivo para todos. Algo muy poco probable en vista de la fuerte tendencia a la descentralización de estos temas en Estados Unidos.
La Comisión de Seguridad en los Productos de Consumo (CPCS) estadounidense, un organismo federal, supervisa otro tipo de instalaciones como, por ejemplo, los circos. También elabora propuestas de seguridad para los parques, pero su aplicación es voluntaria y queda bajo la vigilancia de las autoridades estatales o locales. Es así desde principios de los años 80, cuando el Congreso de Washington le retiró a la CPCS la responsabilidad por los parques permanentes.
Según la IAAPA, la mayoría de accidentes se registró en 2014 en viajes de adultos y familias (58 por ciento), seguidos de las montañas rusas (33 por ciento). Los incidentes con niños solamente alcanzaban el ocho por ciento.
David Mandt, portavoz de la IAAPA, cree que lo importante es que haya un sistema de control y de seguridad de varios niveles para los parques. “No tenemos ninguna razón para creer que un programa federal cambiaría algo en nuestras extraordinarias medidas de seguridad”, indica.
Al final queda la sensación de que uno está un poco en manos de dios. Jun Zhuang, profesor de tecnología de equipamiento en la Universidad de Buffalo, declaró a USA Today que es imposible probar los toboganes de agua ante todas las combinaciones posibles meteorológicas. “Los nuevos toboganes más rápidos y grandes tienen velocidades cada vez mayores y son cada vez más peligrosos”, opinó.
Ken Martin asesora a los parques en temas de seguridad y afirma que para divertirse no hay que usar la atracción más grande o más rápida. “Además, uno nunca debe anular su sano sentido común. Al final, uno es el inspector último de este tipo de aparatos”. “Todo aquel que se sube a estas atracciones no deja de ser un ratón de laboratorio. Las condiciones son todas muy diferentes”, advierte por su parte el profesor Zhuang.