El mes pasado, Verónica celebró su cumpleaños 22 en Nueva York. El festejo inició la mañana de un jueves, cuando despertó con 5 mil pesos recién depositados en su cuenta —el primer regalo del día— y un boleto de avión en el buzón de su correo electrónico. Se puso un vestido nuevo, sus zapatos preferidos y un collar que le habían obsequiado sus padres tres semanas antes por aprobar su examen en Derecho Penal en una prestigiada universidad ubicada al poniente de la ciudad de México.
Revisó su outfit antes de salir de casa y después de aterrizar en el aeropuerto John F. Kennedy, donde la esperaba un regalo: un taxi que la llevó a la esquina de la calle 11 y Hudson, donde se encuentra el restaurante Philip Marie. Adentro había una mesa reservada con su nombre. Sentado, esperándola ahí, estaba él: pulcrísimo, perfectamente peinado, con una sonrisa amplia que mejoraba ese fino traje oscuro que lo hacía lucir de 45 años, aunque en realidad tenga 52.
Ella ordenó un bourbon braised pork; él, una carne que lucía como arrachera, pero que Verónica no logró identificar. Bebieron dos botellas de vino y pidieron una tercera para disfrutarla en la habitación que él había reservado: la 112 del Hotel High Line NYC. La cita fue perfecta —caricias, abrazos, halagos en dos direcciones— hasta las tres de la mañana, cuando Verónica bostezó y le solicitó a su acompañante que la dejara descansar. Él, con una mueca de decepción, se despidió y la dejó dormir en un edredón de hilos egipcios. Antes de que ella durmiera, él envió un mensaje para avisarle que pasaría temprano para llevarla a conocer los mejores parques de la Gran Manzana, mientras sus amigas seguían en clases a más de 3 mil 350 kilómetros de distancia.
Por ese cumpleaños, cuenta, su vida es envidiada por la mayoría de sus compañeras de clase. Pero sólo ella, él y su mejor amiga conocen el secreto de ese día de ensueño: su relación, perfecta a la vista de todos, es una farsa. Mejor explicado: es un acuerdo comercial. Verónica entrega juventud, compañía, atención, coqueteos y citas románticas, mientras Fernando la recompensa con obsequios y carretadas de billetes.
“No soy escort ni sexoservidora”, aclara Verónica, quien tardó un mes en decidirse a hablar conmigo. “Esto es otra cosa. Lo nuestro es… un ‘contrato comercial’, si lo quieres ver así”.
Le han llamado prostitución voluntaria. O compañía de alto nivel. Chicas de prepago, también. Pero lo que define a esta chica de 1.70 metros, delgada y cara de niña es un concepto relativamente nuevo en México, pero con al menos una década de existencia en Estados Unidos: Verónica, universitaria de sexto semestre, es una nena de azúcar, una Sugar baby, es decir, una joven atractiva, educada, con un buen nivel de vida, pero que quiere subir en la escala socioeconómica de la mano de alguien adinerado. Ese “alguien” es un papá de azúcar o Sugar daddy, típicamente un hombre mayor, pudiente, generoso, quien en su conquista del dinero decidió no formar una familia y para tener compañía provee regalos a una joven que desee pasar tiempo con él. En este caso es Fernando, un exitoso empresario textil del Centro Histórico. Pero también hay Sugar babies varones que buscan a una Sugar mommy.
“Esto inicia en internet, porque la mayoría de las Sugar babies no lo gritamos a los cuatro vientos. Somos discretas, es una identidad sólo para la web”, explica Verónica. “Para empezar en esto hay que abrir un perfil parecido al de Facebook, pero en una página para Sugar daddies. Te inscribes, subes tu foto, tus intereses y esperas a que te contacten. Y si se ve que tiene dinero y le gustas, sales con esa persona”.
Verónica conoció a Fernando en la página más popular del mundo para esto, pero de la cual EL UNIVERSAL se reserva el nombre para no promover esta práctica. Este sitio fue lanzado en 2007 por Brandon Wade, un empresario estadounidense hábil para hacer dinero, pero un fracaso para ligar. La idea surgió de un consejo de su madre: “Enfócate a estudiar, hacer dinero y las mujeres acudirán a ti”. Así fue que creó su propio negocio en línea para citas. Hoy, el sitio agrupa 4.5 millones de usuarios, el equivalente a los habitantes de Nueva Zelanda: 3.3 millones de Sugar babies (jovencitas y jovencitos) buscando a 1.2 millones de Sugar daddies y Sugar mummies, quienes pagan entre 60 y 150 dólares mensuales por su anuncio. Por cada adulto que busca, hay casi tres jóvenes interesados.
Parecer una niña, el truco ideal
La web referida es una página como todas, pero al mismo tiempo distinta a cualquiera para ligar en internet. Los usuarios escriben sus intereses, pasatiempos, citas ideales… y presupuestos. Un Sugar daddy puede establecer cuánto está dispuesto a gastar mensualmente en una Sugar baby, quien también puede establecer desde el principio cuántos cientos o miles de pesos vale su tiempo. Hay casos registrados de papis que gastan hasta 100 mil pesos mensuales en una o varias nenas, cuyas tarifas incluyen cenas lujosas, vestidos, joyas, la renta del primer departamento que no es de los papás, viajes al extranjero. Todo es negociable, pero para ayudar a que una Suggar baby tome la mejor decisión, hay cuentas verificadas para los papis y mamis: si junto al nombre hay un diamante, significa que son millonarios probados.
“La competencia es mucha, todas quieren un ‘novio’ rico que te pague todo. Pero hay trucos, obvio. Entre más niña parezcas, mejor. Debes parecer menos estrella porno y más como la vecina. Unas fotos tiernas, con tus libros, en el salón de clases, son las mejores. Ellos no quieren una prostituta, quieren a alguien que los haga reír, que les interese, que tengan potencial de novia”, comenta Verónica, quien ha trabajado a detalle ese aspecto: vestido, zapatos bajos, maquillaje discreto y ropa de marca, como la bolsa Prada que encabeza la lista de regalos caros que le han dado sus suggar daddies.
De acuerdo con cifras de la web, el país con más suscriptores en el mundo es Estados Unidos, con 1.6 millones, seguido de Canadá e Inglaterra. México ocupa el lugar 15 —de 35—: hasta el 15 de junio pasado había 10 mil 155 Sugar babies mexicanos disponibles para mil 621 Sugar daddies y 244 Sugar mummies en el territorio nacional.
Este mercado ha provocado la creación de nuevas webs en el mundo, incluído México.
“Cada acuerdo es una relación y los términos de esa relación los ponen los usuarios. El sitio web sólo pone la plataforma”, dice en entrevista Brook Urick, publirrelacionista de la web de Estados Unidos. “Muchos acuerdos son meramente platónicos o de amistad. Muchas de las Sugar babies que conozco no tienen sexo con sus Sugar daddies, pues simplemente buscan mentores o benefactores. En otros casos, el arreglo incluye relaciones sentimentales que puede llegar a la intimidad”.
Sin embargo, en la realidad, retener un papi sí es cuestión de sexo, cuenta Verónica. Tarde o temprano él querrá “cobrar” su “inversión”.
“Ya salí con cuatro. Todos dicen que quieren compañía. Ni madres. Te dicen que está bien así la relación, sin sexo, pero a la tercera o cuarta cita ya no te quieren pagar tu habitación en el hotel, quieren que duermas con ellos, que se lo ganaron”, relata y hace una mueca. “Cuando eso pasa, me voy. No les vuelvo hablar y me busco a alguien más. Al fin, lo bailado no me lo quitan”.
“Quien no arriesga, no gana”
Al preguntarle qué tan seguro es eso, Verónica encoje los hombros. Su respuesta es simple: tan riesgoso como ir a una cita de trabajo que se consigue en Facebook o como una salida romántica con un seguidor de Twitter.
“Quien no arriesga, no gana”, resume. Pero no todo es color rosa en el mundo de las nenas de azúcar: en EU, donde el fenómeno se ha expandido, ya emergen “focos rojos”. Uno de los más sonados ocurrió en 2013, cuando el corredor de bienes raíces Lakhinder Vohra, de 46 años, fue acusado de violar a su Sugar baby. Ella dice que la ultrajó; él, que ella quería obtener dinero.
El tema ha dividido opiniones. Para Catalina Ruiz Navarro, coordinadora de Comunicaciones para JASS Mesoamérica, en el fondo de este fenómeno está el trato desigual a las mujeres: “Las mujeres pueden decidir hacer con su vida lo que quieran, incluso que las mantengan. El problema es que muchas mujeres encuentran que pueden vivir mejor de esta manera que trabajando, pero esto no es porque sean flojas, sino porque las condiciones laborales para ellas en todos los campos son pésimas (…) Ahora, la solución no es juzgar, sino mejorar las condiciones de vida y tener entornos más igualitarios”.
En cambio, para Brook Urick los papis y las nenas desenmascaran la hipocresía del noviazgo: “Donde hay dinero y romance involucrado, la gente concluye que se trata de prostitución. En realidad, las relaciones incluyen dinero y romance de un modo u otro, sólo que la gente en mi web es más honesta sobre lo que quiere”.
Verónica cree que ser una Sugar baby revierte años de explotación sexual y convierte a los hombres en un objeto: antes de salir con alguno, ella se asegura que pueda pagarle comida, cenas, viajes, incluso la factura del celular. A veces, incluso, entrega una lista de objetos que deben proveerla. A partir de Fernando, nunca sale con un hombre mayor sin preguntarle cuánto gana y pedirles comprobantes de ingresos.
Sonríe con picardía cuando cuenta que una semana después de su viaje a Nueva York, Verónica terminó con Fernando. En la siguiente cita él quiso forzarla a que se dieran un beso en la boca y ella huyó del restaurante. Por seguridad, bloqueó a su ex ligue de su celular, redes sociales y hasta boletinó su foto en su fraccionamiento.
“Ni modo, hay que buscar otro”, susurra, divertida, “al menos uno que dure hasta los regalos de Navidad”.