De acuerdo con Joaquín Ricardo Gutiérrez Soriano, especialista del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM, se caracteriza por una disminución del estado de ánimo, la autoestima y la cognición; con ella pueden presentarse alteraciones tanto del apetito y de la energía, como del sueño.
“Además, lleva a un estado de discapacidad. El individuo presenta dificultades para hacer sus actividades y no es capaz de tomar decisiones por sí mismo”, añadió.
Pese a que la medicina introdujo el término en sus protocolos de investigación en la década de los 70 del siglo pasado, entre la población persiste la idea de que es una nueva enfermedad.
“Lo novedoso es que ahora se analiza desde un plano biológico. Sin embargo, la psiquiatría, aunque ha tenido avances considerables al respecto, no explica todos los aspectos”, aclaró Gutiérrez Soriano.
En contraste, es pertinente señalar que los trastornos depresivos (que anteriormente se clasificaban dentro de los del ánimo, junto con el bipolar) no son un mito; hay una base biológica cada vez más fuerte para saber qué ocurre con la salud de quienes los padecen.
“La biología explica una parte, a la que se le deben sumar otros factores: psicosociales, adversidades en la infancia y estresores de la vida como pérdidas y procesos de duelo, que pueden condicionar su aparición y la resiliencia, que es la capacidad de los seres vivos para sobreponerse a periodos de dolor emocional y situaciones hostiles”, explicó.
Así pues, los trastornos depresivos no son algo mágico ni inventado: generan discapacidad para trabajar y disfrutar la vida. Las personas que los han sufrido y quienes viven a su alrededor lo saben. Se trata de las afecciones mentales más importantes hoy en día. Más aún: comparadas con otras enfermedades no psiquiátricas, constituyen una de las principales fuentes de discapacidad.
Cómo diagnosticarla
La distimia se presenta como un cuadro depresivo crónico, con una intensidad leve. Para considerarla como tal, debe estar presente en periodos largos (hasta de dos años), con una remisión menor a dos meses.
“Es persistente y tiene otros síntomas: alteración del sueño y el apetito, dificultad para tomar decisiones, desesperanza y una disminución de la autoestima”, aseguró Gutiérrez Soriano.
La depresión en sí presenta un cuadro más severo e intenso y puede ir acompañada de tristeza o anhedonia (incapacidad de disfrutar la vida). Por eso, para precisar los casos de distimia hay que observar cómo se conduce la persona: quizás esté triste o con el ánimo bajo, sin sumirse en una depresión (ésta puede llegar a ser severa y, en ocasiones, empujar al suicidio).
“Puede presentarse con ansiedad, preocupaciones y síntomas autonómicos: sudoración, palpitaciones, sensación de inquietud y nerviosismo. Estos signos neurovegetativos acompañan más a la ansiedad que a los cuadros depresivos o de distimia”.
Asimismo, el paciente puede experimentar “depresiones dobles”, a las que se agregan síntomas que le generan discapacidad.
“Las bases biológicas de la distimia y la depresión son parecidas. En algunos estudios, como los de resonancia magnética funcional cerebral, se han encontrado diferencias, aunque éstas no son concluyentes”, apuntó Gutiérrez Soriano.
De la misma manera, al compararlas se ha descubierto que los niveles hormonales de cortisol (hormona que se genera principalmente en estadios de estrés) no son iguales; al parecer, los episodios depresivos los aumentan en forma importante, contrario a lo que sucede con la distimia.
Este trastorno puede comenzar a edades tempranas con un agravante: es difícil hacer un diagnóstico rápido, debido a que en los jóvenes casi siempre viene acompañado de condiciones psiquiátricas mórbidas como depresión, abuso de sustancias y trastornos de ansiedad.
En los adultos mayores puede aparecer con condiciones médicas no psiquiátricas que encubren el cuadro. En tanto que la población ha envejecido casi 300 por ciento, se advierte que la distimia también es uno de los trastornos más frecuentes entre las personas de la tercera edad.