Bolivia le dijo no a la pretensión del presidente Evo Morales de postular por cuarta vez consecutiva a unas elecciones.
Después de un recuento que se ha prolongado más de 48 horas, el 51,30% de los bolivianos rechazaron cambiar la Constitución para posibilitar la reelección de Morales en 2019.
El sí obtuvo el 48,70%, con el 99,72% de las actas computadas. Así, se mantiene la prohibición de que el presidente sea reelecto al terminar su tercer mandato de cinco años, que obtuvo con una importante mayoría en 2014. Esta es la primera vez que Morales es derrotado en las urnas desde su llegada al poder en 2006.
La exigua diferencia entre los partidarios de Morales y sus adversarios, que ya aventuraron los sondeos a pie de urna el domingo en la noche -finalmente de 135.000 votos-, evidencia un aumento de la polarización en Bolivia en menos de año y medio, algo que había quedado atrás después de las presidenciales de 2014. El resultado refleja que la buena gestión del presidente, que en una década ha abanderado el mayor cambio social y económico del país en la historia reciente, no es suficiente para paliar el cambio de ánimo de un gran sector de la población, que veía con cierta inquietud las denuncias de corrupción que han asolado últimamente al oficialismo.
Los casos más sonados fueron los del Fondo Indígena, una institución de cooperación con las comunidades rurales, de la que varios dirigentes sindicales que la conducían, todos ellos del Movimiento al Socialismo (MAS), desviaron alrededor de 30 millones de dólares, según cálculos conservadores. Pero lo más dañino para la imagen del Gobierno fue la ostentación con que estos dirigentes gastaron lo que obtuvieron, ante la mirada enojada de los empobrecidos afiliados.
Además, por primera vez durante esta campaña los escándalos salpicaron al propio Evo Morales, que tuvo que hacer frente a la campaña más desagradable de su carrera, después de tener que admitir que había tenido un romance y un hijo (que falleció) con Gabriela Zapata, lobista de las empresas chinas que trabajan para el Estado. Aunque el Gobierno se esforzó en tratar de desmentir la existencia de tráfico de influencias, el asunto melló por primera vez de forma directa la imagen de Morales.
Ante las denuncias, el Gobierno y el propio Morales desplegaron una campaña contra lo que calificaron “guerra sucia” de la oposición con el supuesto apoyo de Estados Unidos. Optar por ese discurso antiimperialista y no incidir en los logros obtenidos y en los planes de futuro fue, para muchos analistas, uno de los errores de la campaña del sí.
Otro motivo de malestar es el enfriamiento de la economía, que, pese a seguir creciendo, está comenzando a sentir los efectos de la caída del precio internacional del petróleo, ya que Bolivia vive de la exportación de gas a los países vecinos.
El gran desafío vendrá a partir de ahora. Morales aún tiene cuatro años de Gobierno. El no a la reforma de la Constitución, aunque erosiona el poder de, no implica un rechazo a la continuación de sus políticas que tan buenos resultados le han dado a Bolivia hasta ahora. “Presidente, lo que ha dicho el voto de los bolivianos es que no hay personas imprescindibles, solo hay causas imprescindibles”, tuiteó el expresidente Carlos Mesa, que lidera, por petición de Morales, la demanda marítima de Bolivia contra Chile en La Haya.
Pese a que el presidente ha insistido en que la agenda estaba preparada con vistas a 2025 deberá garantizar los proyectos que haya hasta la finalización de su mandato. “La vida sigue y la lucha continúa”, dijo el mandatario el lunes.
Además, deberá afrontar su sucesión dentro del Movimiento al Socialismo (MAS), algo que no ha sabido hacer en 10 años que lleva en el poder. Como se vio en las últimas elecciones locales, de mediados del año pasado, cuando el partido oficialista sufrió su primer revés, Bolivia siempre se ha mostrado más evista que masista. “Tenemos líderes jóvenes, con discurso, pero poca experiencia. Hay que buscar quién puede ser un factor de unidad. Ese es el tema”, aseguró a este periódico en una entrevista el pasado sábado.
El no a la intención de Evo de modificar la Constitución no trae consigo el sí a una alternativa al presidente boliviano. A partir de ahora, se abre también la batalla en la fragmentada oposición boliviana, que ha visto cómo desde hace 10 años sus participaciones en alguna contienda electoral terminan en una severa derrota. La única característica que les une es el rechazo a la figura del presidente. No hay un bloque homogéneo con un liderazgo visible. Ni los más conservadores, como el expresidente Tuto Quiroga o el tres veces candidato Samuel Doria Medina, ni los progresistas, como el alcalde de la capital, Luis Revilla o el gobernador del departamento de La Paz, Félix Patzi, han sabido canalizar a la oposición. Todos, sin embargo, iniciarán a partir de ahora el camino hacia las presidenciales de 2019.
El País