El republicano Donald Trump, una de las figuras más estrambóticas de la política estadounidense en las últimas décadas, y la demócrata Hillary Clinton, ex primera dama y exsecretaria de Estado, están más cerca de ser los candidatos a las presidenciales de noviembre. La victoria de ambos en el Supermartes, la jornada con más elecciones primarias del proceso de nominación, les distancia de sus rivales y complica la tarea de frenar su coronación.
Pero no es un triunfo completo. Nadie está dispuesto a abandonar.
Los senadores Marco Rubio, de Florida, y Ted Cruz, de Texas, donde se ha impuesto, seguirán en la campaña, igual que el senador por Vermont Bernie Sanders, rival de Clinton. Creen que pueden alargar la pelea hasta las convenciones republicana y demócrata de julio, que deben coronar a los candidatos de ambos partidos.
Clinton y Trump están lejos de sumar la mayoría de delegados necesarios para la nominación. Mientras no lo logren, no podrán proclamarse oficialmente candidatos.
Clinton abre la lucha por el voto de los seguidores de Trump
Este martes se votaba en una docena de estados. Trump ganó en la mayoría. Cruz ganó en Texas, su estado, y en Oklahoma, lo que le permite reivindicarse como la alternativa a Trump.
Rubio, esperanza del aparato republicano, ganó en Minnesota, un premio de consolación. Sin una victoria en la primaria de su estado, Florida, el 15 de marzo, la presión para abandonar aumentará.
En el campo demócrata, Clinton gana la mayoría de estados menos el de Sanders, Vermont, Oklahoma, Minnesota y Colorado. No es un mal resultado para Sanders, pero es insuficiente ante el impulso de Clinton.
Trump, un multimillonario neoyorquino con una retórica contraria a las élites económicas y políticas, envía una señal al establishment republicano y al país: es capaz de ganar por estados de todo el país. En el norte y el sur, el este y el oeste, entre cristianos fundamentalistas y urbanitas laicos. En la batalla por la identidad del Partido Republicano –entre un partido conservador en sus valores, favorable al libre mercado y a una política exterior agresiva; y un partido nacionalista y populista liderado por un empresario y showman que proyecta una imagen de hombre fuerte–, el trumpismo avanza.
El Supermartes era el primer examen a la nueva estrategia de los adversarios de Trump. Hasta la semana pasada, habían evitado los ataques frontales. En los últimos días sus máximos rivales, Rubio y Cruz han cuestionado su integridad moral y su competencia empresarial. Han insinuado que ha cometido delitos fiscales e incluso que ha mantenido vínculos con la mafia. La prensa ha empezado a aplicar la lupa sobre sus manejos empresariales. Sus coqueteos con la ultraderecha racista han merecido el repudio de dirigentes del partido.
Calma y agitación
La calma demócrata contrasta con la agitación republicana. El dominio de Clinton encarrila la nominación. Sus planes se cumplen. Tras ganar con dificultad en los caucus (asambleas electivas) de Iowa, que el 1 de febrero abrieron el proceso, y perder en el segundo estado, Nuevo Hampshire, los estados más diversos del sur y el oeste han sido el cortafuegos, el muro en el que Sanders se ha estrellado. Pero su socialismo democrático, que apela al voto de la generación millenial, ya ha forzado un giro a la izquierda del discurso demócrata, incluido el de Clinton.
Clinton y Trump se perfilan como los candidatos para noviembre. Ambos son neoyorquinos y multimillonarios. Ambos pertenecen al círculo social en el que se cruza el mundo del dinero y la política. Aquí terminan las semejanzas.
Trump es un novato de la política, un hombre sin experiencia, con posiciones erráticas, de extrema derecha en asuntos como la inmigración y próximas a la izquierda sindical en su defensa del proteccionismo comercial, un nacionalpopulista que con frecuencia exhibe un conocimiento precario de los temas de los que habla.
Clinton —demócrata desde sus años universitarios, a finales de los sesenta— es lo opuesto. Seguramente es una de las candidatas presidenciales con más experiencia en la historia reciente: colaboró con su marido, Bill Clinton, cuando este era presidente en los años noventa, fue senadora por Nueva York, buscó sin éxito la nominación de su partido en 2008 y fue secretaria de Estado con el presidente Barack Obama, que le había derrotado en las primarias.
Si las alarmas ya llevaban días sonando en el Partido Republicano, que ve en Trump un infiltrado que amenaza con destruirlo por dentro, ahora es el momento del pánico, de buscar estrategias a la desesperada. En la hora del descontento con las élites y del malestar por las desigualdades y la erosión de las clases medias, los demócratas optan por un apellido conocido, el de los Clinton, representante del establishment y progresista pragmática.
Los demócratas son hoy el partido del orden; los republicanos, el de la revolución.
Fuente: El País