En Chihuahua solía hacer mucho calor. Por eso Pancho Villa prefería las prendas de lino. La mañana del 20 de julio de 1923 llevaba puesto un saco de ese tejido, confeccionado a medida, de color marfil y con botones de hueso, cuando el coche en el que viajaba con varios acompañantes, el general al volante, fue emboscado por pistoleros a sueldo y Villa fue acribillado a balazos. Lleno de sangre y hecho jirones por la ensalada de plomo, el saco fue conservado por una de sus esposas, Austreberta Rentería, que en los sesenta lo donó al Estado como una reliquia del final del revolucionario más bravo de México.
Austreberta Rentería, su esposa, conservó la prenda y en los años sesenta la donó al Estado
Desde entonces, se expuso en el Museo Nacional de Historia, en el Castillo de Chapultepec de Ciudad de México. Hasta que el verano pasado el memorable andrajo fue puesto en manos de la Escuela Nacional de Conservación y Restauración para que un equipo formado por la experta Lorena Román y sus alumnas Andrea Ortiz, Cecilia Colín y Mónica Pinillos emprendiese un delicado trabajo de reparación de la prenda. El cuidado de la memoria textil del indomable Centauro del Norte lo asumieron cuatro mujeres con guantes de algodón.
Las diligentes estudiantes explican que el saco tenía un fuerte desgarro en la manga izquierda, probablemente porque la abrieron con una tijera para sacarle la prenda al cadáver. Ese y otros rotos fueron cosidos para que no se siguiesen deshilachando. Otro reto fue eliminar las arrugas, dado que tenían que hacerlo con suma ligereza para evitar “despolimerizar” posibles restos de proteínas que contuviesen sangre de Francisco Villa, aunque con pruebas de laboratorio no han logrado la certeza total de que el saco conserve muestras de sangre. Se supone que doña Austreberta se empleó a fondo en limpiar el recuerdo de su marido.
El saco de Pancho Villa.
El saco de Pancho Villa. INAH
El método para alisarla fue emitir vapor de agua al ambiente para “humectar” las fibras y que se extendiese con suavidad al posarle unos pesos encima. Con el saco terso y remendado, moldearon con espuma de polietileno un maniquí ajustado a sus dimensiones para conservarlo y exhibirlo en volumen, la pieza cosida a la espuma con hilo de seda.
Villa llevaba el saco abierto cuando recibió la ensalada de plomo
Las conservadoras sostienen que la restauración y análisis de textiles históricos es una fuente de información que todavía no ha sido explotada como merece. Escrutando esta reliquia, por ejemplo, se dieron cuenta de que no era posible identificar más que 11 de los 12 balazos (más tiro de gracia en la testa) que recibió el militar-bandolero que llegó a invadir una ciudad de Estados Unidos. Faltaba la marca del tiro que según los documentos de su muerte le entró por el corazón, lo que las ha conducido a plantear la hipótesis de que Doroteo Arango, más conocido como Pancho Villa, llevaba el saco abierto cuando lo masacraron. Que Pancho Villa recibió las balas a pecho descubierto.
También constataron que el tiro de gracia fue gratuito. El caudillo, que por entonces ya había depuesto las armas y se había reconvertido a la vida agrícola en su Hacienda de Canutillo, debió de morir en el acto porque algunos de los proyectiles que lo atravesaron contenían carga explosiva, como indica el hecho de que unas mismas trayectorias tuviesen el orificio de entrada pequeño y redondo y el de salida grande y deslavazado. El balazo en la cabeza fue el adorno de un sicario ante un encargo para la posteridad.
Después de su restauración, el saco ha vuelto al Castillo de Chapultepec dejando nuevos datos pero con una pregunta que no se hallaba en la fibra de lino: ¿Quién mandó matar a Pancho Villa?
Fuente: La Razón