El Toxoplasma gondii, el parásito que provoca la toxoplasmosis, está presente en alrededor de un tercio de la población mundial. Contagiado a través de gatos infectados, carne poco cocinada o agua contaminada, no provoca síntomas graves en la mayor parte de los casos. La principal preocupación hasta ahora se centraba en las infecciones durante el embarazo, que pueden dañar e incluso matar al feto, pero varios trabajos científicos recientes sugieren que puede haber otros motivos para la vigilancia.
En la última década se ha observado que las personas que albergan este microorganismo tienen más posibilidades de sufrir diversas enfermedades mentales, desde la esquizofrenia a la bipolaridad, pero por ahora no se ha podido establecer una relación de causa y efecto ni identificar un mecanismo que explique este vínculo.
La respuesta del sistema inmune al parásito puede dañar el sistema nervioso como efecto secundario
Esta semana, un equipo de investigadores de la Universidad de Chicago (EE UU) ha publicado un trabajo que vincula la toxoplasmosis con el trastorno explosivo intermitente (TIE), una dolencia que se caracteriza por frecuentes ataques de ira. En su estudio, que se publicó la semana pasada en el Journal of Clinical Psychiatry, analizaron a 358 personas adultas y vieron que las infectadas con T. gondii tenían el doble de probabilidades de sufrir TEI que las personas sanas y eran más agresivas.
Estos resultados se añaden a otros similares publicados recientemente. Hace un año, investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins trataron de averiguar si el contacto con gatos durante la infancia era más común entre niños que después desarrollaron una enfermedad mental grave. Su resultado y el de otros dos estudios confirmó la hipótesis. Otras revisiones, como una publicada por un equipo internacional de científicos en la revista Acta Psychiatrica Scandinavica el año pasado, mostraba que una persona infectada con el parásito tenía el doble de probabilidades de desarrollar esquizofrenia.
Pese a que un número importante de estudios hayan producido resultados similares, los investigadores son cautos a la hora de sacar conclusiones. “Correlación no es causalidad y esto no es una señal de que la gente debería librarse de sus gatos”, afirmaba en un comunicado Royce Lee, profesor de la Universidad de Chicago y coautor del estudio. “Aún no entendemos los mecanismos involucrados. Podría ser una mayor respuesta inflamatoria, la modulación directa del cerebro por el parásito o incluso una causación inversa en la que los individuos agresivos sean proclives a tener más gatos o comer carne poco hecha”, añadía.
La infección por toxoplasmosis hace que las ratas pierdan el miedo a los gatos
Por ahora, a falta de nuevos estudios en busca del mecanismo que causa el TIE, la hipótesis que les parece más plausible a los investigadores es que la respuesta inflamatoria iniciada por el cuerpo para matar al parásito dañe también las células nerviosas.
Otra hipótesis que puede ayudar a explicar la forma en que el T. gondii incrementa el riesgo de sufrir enfermedades mentales tiene que ver con su táctica para completar su ciclo vital. El parásito se reproduce en el intestino de los gatos y una buena forma de llegar allí es a través de las ratas que estos se comen. Normalmente, las ratas huyen cuando detectan el olor de un gato, pero cuando sufren toxoplasmosis ese miedo razonable desaparece haciéndolas más vulnerables a los felinos. Esto sucedería, según investigadores como Jaroslav Flegr, de la Universidad Carolina de Praga, porque el parásito provoca quistes en el cerebro que incrementan los niveles de dopamina del animal. Niveles elevados de dopamina, también en humanos, se han relacionado con comportamientos temerarios o con la esquizofrenia.
El planteamiento, no obstante, dista mucho de servir para explicar por qué las personas con TIE o esquizofrenia tienen más probabilidades de albergar al T. gondii. Casi un tercio de la población mundial está infectada y solo un 1% sufre esquizofrenia. El equipo de la Universidad de Chicago ya está trabajando en nuevos experimentos para entender mejor este extraño vínculo.
Fuente: El País