La naturaleza no cree en el amor, pero por interés los seres vivos pueden incluso ser fieles a sus parejas. Una de las explicaciones más habituales para justificar la existencia de la monogamia sugiere que favorece la evolución de la cooperación estrechando las relaciones de parentesco. Esto se debe a que en ciertas circunstancias ayudar a cuidar a las crías de tu hermano puede ser tan eficaz para hacer sobrevivir tus genes como reproducirte tu mismo. Sin embargo, como recordaba esta semana un artículo publicado en Trends in Ecology & Evolution, es probable que las fuerzas que han llevado a algunas especies a tener parejas más o menos estables hayan sido mucho más complejas.
Los autores del trabajo, Jacqueline R. Dillard y David F. Westneat, de la Universidad de Kentucky, reconocen que existen varios ejemplos en los que existe correlación entre la monogamia y los niveles de cooperación entre los miembros de una especie. Según explican, en animales como las hormigas o las abejas, con sistemas sociales de cooperación extrema, la monogamia ha supuesto un paso previo a la evolución de la esterilidad en las clases obreras. Entre los pájaros, la promiscuidad también parece un obstáculo a la cooperación y algo similar sucede entre los mamíferos. Sin embargo, Dillard y Westneat consideran que esta correlación puede tener explicaciones alternativas.
El afecto entre padres e hijos y tíos y sobrinos está regulado por las mismas hormonas
La monogamia es más interesante para quienes se la plantean cuando las oportunidades para encontrar pareja son pocas y criar a un hijo con éxito es más complicado. En un entorno difícil, en el que es necesario que ambos progenitores colaboren para alimentar a la cría en tiempos de escasez, la monogamia puede convertirse en una práctica interesante. En una situación de aún mayor escasez, las familias que cuenten con ayuda de los parientes para alimentar a los pequeños podrían hacer frente a las dificultades con mayores posibilidades de éxito. Además, la cooperación entre familias cada vez más grandes, como sucede con los coyotes, permitiría acceder a presas de mayor tamaño, inaccesibles para individuos solitarios. En este caso, tanto la presión para que la pareja colabore en la alimentación y el cuidado de la cría como la que anima a cooperar para cazar entre miembros de un grupo son incentivos independientes, aunque se pueden reforzar entre ellos.
Otra de las explicaciones alternativas para explicar el surgimiento de la monogamia es que produce adaptaciones fisiológicas y de comportamiento que también son útiles para el fomento de la cooperación entre parientes. “Las bases hormonales de muchos comportamientos sociales, por ejemplo, son similares en la monogamia y en la cooperación, especialmente entre los vertebrados”, se afirma en el artículo. “En los mamíferos, la creación de vínculos entre parejas monógamas y en grupos que cooperan parece estar controlada por mecanismos hormonales similares como el incremento en la producción de los neuropéptidos oxitocina y vasopresina”, añaden. De la misma manera, tanto el cuidado de los hijos por sus padres y de los sobrinos por sus tíos comparten mecanismos hormonales. Ambos están relacionados, tanto en aves como en mamíferos, con niveles elevados de la hormona prolactina y bajos de testosterona.
Existe una relación entre el tamaño del cerebro de una especie y la monogamia social
Sobre este punto, Dillard explica que estas adaptaciones físicas y sociales que favorecen la monogamia también facilitan la cooperación. “Si vives con alguien, evolucionar para vivir en ese entorno requiere mucha tolerancia. Esta habilidad puede ser útil después cuando quieres cooperar con otro individuo”, ha explicado en un comunicado de su institución.
Otro ejemplo sobre cómo la aparición de un rasgo como la monogamia puede ser el germen de la cooperación social que ahora vemos entre los humanos es su influencia en el desarrollo del cerebro. Estudios comparativos muestran que existe una correlación entre la monogamia social (como la que practican los humanos) y el tamaño del cerebro, algo que sucede tanto en mamíferos como en aves. Entre los mamíferos, según explican en el estudio, también se ha visto que cuanto mayor es el cerebro más frecuente es la cooperación de individuos que no son los padres en el cuidado de los niños. Los pequeños, al recibir esta gran cantidad de atención, se harían después más exigentes con los padres, reclamando cada vez mayor atención. De esta manera, crías y progenitores evolucionarían a la par, cambiando a su vez el entorno social haciendo más necesario y valioso que los dos miembros de la pareja cooperen para alcanzar los mejores resultados.
El artículo de Dillar y Westneat resalta las dificultades para explicar con relaciones simples un rasgo tan complejo y tan difícil de acotar con precisión como la monogamia. Las circunstancias y los intereses individuales favorecen ese tipo de comportamiento que no tiene por qué durar para siempre si esas circunstancias cambian.
Fuente: El País