Se malogra una puesta de tortugas marinas en Ostional (Costa Rica) por una avalancha de turistas; muere un delfín en playas de Buenos Aires (Argentina) tras pasar de mano en mano y de selfi en selfi entre los bañistas; sacrifican a un ternero de bisonte en Yellowstone (Estados Unidos) tras ser recogido por turistas pensando que tenía frío; sacrifican a cinco cocodrilos en la búsqueda del que ahogó a un niño de dos años cerca de un complejo turístico de Disney en Orlando (Estados Unidos). Un osezno atropellado por un coche, ayer mismo, en un parque nacional en Wyoming (EE UU). Y así podríamos seguir durante todo el artículo, porque estos casos se han producido en menos de un año, y no cuentan los acaecidos en zoológicos, acuarios u otros lugares de exhibición de animales en cautividad.
“El turismo masivo y la creciente obsesión por parte de turistas de todo el mundo por sacarse selfis con especies salvajes se está convirtiendo en un problema cada vez más importante, tanto por el bienestar de los animales como para la conservación”. Giovanni Constantini, de la Fundación para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales (FAADA), resume el impacto sobre la fauna que ocasiona la moda de realizar autofotos y transmitir al instante por redes sociales las experiencias turísticas. Un estudio científico reciente sobre los osos pardos en Estados Unidos y otro de hace tres años sobre los peces raya en las Islas Caimán demuestran cómo el afán del ser humano por avistar, y hasta tocar animales, influye negativamente en el comportamiento de estos.
El primero de los estudios, realizado por un equipo con sede principalmente en Alaska (en este estado habita el 95% de la población de osos pardos de Estados Unidos) y liderado por Jennifer K. Fortin, del Alaska Science Center Anchorage, recoge y procesa investigaciones sobre el uso recreativo en áreas de osos pardos. La conclusión destaca que la presión del turismo de observación obliga en ocasiones a los plantígrados a realizar continuos desplazamientos que interfieren en su dieta y ocasionan un excesivo consumo de energía. Sugieren que se debe mejorar la gestión en zonas especialmente conflictivas, como las más cercanas a la costa, donde concurre un mayor número de turistas.
El segundo estudio, de 2013, corresponde a las universidades de Nova Southeastern (Florida) y Rhode Island y tiene como epicentro la colonia de peces raya de los bancos de arena de Stingray City (literalmente ciudad de las manta rayas), en las Islas Caimán. Basta con echar un vistazo a una página web de promoción de este foco de atracción turística del Caribe para comprobar la desmedida interacción entre bañistas y peces rayas. El trabajo de investigación constata que la acción de alimentar, hacerse fotos, coger y nadar con las rayas altera gravemente su comportamiento en comparación con otras poblaciones salvajes. No confirman que repercuta en la disminución de la población, pero sí que, entre otras alteraciones, algunos individuos se vuelven más agresivos con sus congéneres.
En cualquier caso, hay que diferenciar entre el turismo masivo, especialmente de costa (un millón de personas visitan Stingray City en plena temporada turística), y el de observación de fauna, más exclusivo y destinado generalmente a un público preocupado por la conservación de la biodiversidad. En nuestro país, el Gobierno aprobó hace dos años un plan sectorial de turismo de naturaleza y biodiversidad, del que emana el manual Buenas prácticas para la observación de oso, lobo y lince en España. Estos tres grandes mamíferos, junto a las aves, son los que mayor número de visitantes atraen a su medio natural, y creciendo, lo que ha motivado que empresas, administraciones y ONG establezcan y demanden medidas y recomendaciones para limitar al máximo el impacto.
“El turismo masivo y la creciente obsesión por parte de turistas de todo el mundo por sacarse selfis con especies salvajes se está convirtiendo en un problema cada vez más importante, tanto por el bienestar de los animales como para la conservación
No obstante, algunos expertos puntualizan que “la principal amenaza para el lobo ibérico y otras especies en España no es el turismo, ni de lejos”, y exponen la destrucción del hábitat y la caza como elementos claves. Así lo expresa Fernando Palacios, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN/CSIC) y director científico de un programa de voluntariado para la realización de un censo de lobo ibérico. “Paradójicamente”, afirma Palacios, “los lugares donde mejores avistamientos se realizan (sierra de La Culebra en Zamora, Riaño en León y Fuentes Carrionas en Palencia) son aquellos en los que al lobo se le ceba artificialmente para matarlo legal e ilegalmente, y de estas cebas se aprovechan algunas empresas, más o menos éticamente, que llevan eco-turistas para observar a la especie”. El experto asegura que se da el caso de llegar a utilizar los mismos chamizos desde donde los matan para realizar la actividad. “Es difícilmente explicable para cualquier eco-turista que vaya a esas zonas que los lobos que está viendo tras duras jornadas de espera pueden ser muertos al día siguiente, o incluso en el mismo momento de la observación, como de hecho ya ha sucedido en varias ocasiones”.
El número de junio de la revista Quercus dedica varios reportajes a analizar la repercusión del “turismo lobero” sobre la especie y su hábitat. Además de las contradicciones expuestas por Fernando Palacios, la conclusión es que ni siquiera entre los promotores turísticos y las personas más concienciadas se consigue alcanzar el equilibrio perfecto entre observadores y observados. Excesivo acercamiento, portazos en los todoterrenos, sonidos de móviles, conversaciones en voz alta, presencia de perros, subir observaciones a las redes sociales, eliminación de la vegetación para observar mejor y a veces también masificación interfieren en los hábitat del lobo.
“La distancia adecuada para realizar los avistamientos es la que hace pasar desapercibido al observador ante el animal y le permite actuar conforme a su comportamiento natural”, recomienda el manual de buenas prácticas publicado por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. Incluso advierte algo difícil de entender en la sociedad actual de la inmediatez y la observación rápida: “Ser consciente en todo momento de la dificultad que entraña la observación de estas especies, que no siempre es posible”. Es decir, no condicionar el viaje al avistamiento sí o sí de tal o cual especie. “El planteamiento de esta actividad no debe centrarse exclusivamente en los avistamientos puntuales o en la observación directa de fauna, sino también enfocarse a una interpretación completa del medio natural, del patrimonio etnográfico, de las formas de vida de las poblaciones locales, etc”, concluye el manual.
Alberto Fernández Gil y Fernando Jubete, miembros de la Asociación para la Conservación y Estudio del Lobo Ibérico (Ascel) advierten en Quercus sobre los riesgos de “discursos vehementes que hablan de los beneficios del turismo para la conservación de la naturaleza y el desarrollo socioeconómico de las zonas rurales”. Otros autores piensan que hay que quitarle la vitola de “turismo activo” a este tipo de observaciones para diferenciarlo de la escalada, la bicicleta de montaña o descenso de barrancos, y centrarlo más en el ecoturismo, que deja una baja huella ecológica y además colabora directamente en la conservación de las especies.
Excesivo acercamiento, portazos en los todoterrenos, sonidos de móviles, presencia de perros o eliminación de la vegetación para observar mejor interfieren en los hábitat del lobo en España
Carlos Sunyer, director de QNatur, empresa que promueve la visita a espacios naturales protegidos y el avistamiento de especies en su interior, afirma que “el turismo siempre tiene impactos negativos, pero hay que sopesar si el beneficio aportado los supera con creces y si genera expectativas de desarrollo en la zona y una corriente positiva a favor de las especies”. Constantini añade que estos avistamientos “representan una muy buena opción para conocer a la fauna salvaje sin fomentar la cautividad de los animales, pero teniendo en cuenta las pautas necesarias para no poner en peligro a las especies y a su hábitat natural”. FAADA cuenta con un portal (Turismo Responsable), en el que se detallan los destinos e interacciones más comunes entre animales y viajeros.
Ángel Manuel Sánchez, compañero de Fernando Palacios en la elaboración del censo de lobo ibérico, considera que “la actividad eco-turística debe ser regulada a nivel empresarial y además debe crearse la titulación oficial de guía de naturaleza, al igual que existe en cualquier país que aproveche el recurso turístico de manera sostenible”. “Es triste que en un país como España”, prosigue”, donde el turismo es la principal industria no esté regulada adecuadamente esta actividad de futuro ni se formen profesionales para desempeñarla de forma correcta”.
Fuente: El País