La radiación de una supernova bañó a los primeros humanos

Hace algo menos de tres millones de años, una supernova estalló en el vecindario del Sistema Solar. En aquellos años, cuando los humanos comenzaban a utilizar las primeras herramientas de piedra en la sabana africana, la Tierra recibió una lluvia radiactiva que duró un millón de años. Las señales de aquel fenómeno, que probablemente no afectó a los humanos, pero sí se ha relacionado con la desaparición de varias especies marinas, han quedado registradas en los fósiles de bacterias que acumulan hierro en su organismo para pemplearlo como brújula.

En un artículo publicado esta semana en la revista PNAS, un equipo de investigadores liderado por Shawn Bishop, de la Universidad Técnica de Munich (Alemania), explica cómo recogieron los fósiles de estas bacterias en el fondo del Océano Pacífico en busca de un isótopo radiactivo del hierro, el Fe 60, que no se produce en la Tierra. Bishop y sus colegas querían más pruebas para zanjar una discusión sobre el origen de esa versión del hierro hallada en varios lugares de nuestro planeta. Algunos científicos han relacionado este elemento con un gran estallido en la Asociación estelar de Scorpius-Centaurus, una acumulación de estrellas próxima al Sol, pero otros han planteado que en realidad ese hierro podría haber llegado a bordo de micrometeoritos.

Los investigadores recogieron los fósiles de bacterias en el fondo del Océano Pacífico en busca de un isótopo radiactivo del hierro, el Fe 60, que no se produce en la Tierra

Las supernovas, que se producen cuando algunas estrellas agotan su combustible nuclear y colapsan bajo su propia gravedad, generan una gran cantidad de elementos pesados que salen disparados por el estallido. Así habría llegado el Fe 60 a la Tierra y a la Luna, donde también se ha encontrado este elemento asociado a la misma explosión tratada en el estudio de Bishop.

Estos cataclismos cósmicos, que pueden incrementar los niveles de radiación a los que se expone un planeta durante millones de años, podrían haber tenido una importante influencia en algunas extinciones terrestres, pero también de la aceleración de la evolución. Algunos experimentos han mostrado que el incremento en el flujo de los rayos cósmicos podría favorecer el aumento de tormentas eléctricas que a su vez crearían las condiciones favorables para la aparición de organismo vivos. Otra de las formas posibles en que las supernovas podrían influir sobre la vida terrestre es el enfriamiento que se produciría cuando nuestro planeta cruza las nubes de polvo y partículas que quedan flotando en el universo tras la explosión de una supernova.

Para diferenciar las pequeñas cantidades de hierro 60 del habitual hierro 56, los autores del trabajo utilizaron un método conocido como espectrometría de masas con aceleradores (AMS, de sus siglas en inglés). Esa tecnología les permitió confirmar que los primeros restos del hierro radiactivo empezaron a aparecer en los estratos de hace 2,8 millones de años, tenían su mayor concentración hace 2,2 millones y desaparecían hace 1,7.

Aunque los datos del equipo de Bishop apuntan a que el estallido que pudieron ver los primeros humanos probablemente existió, el mismo artículo reconoce que la extinción sucedida en aquellos mismos años tuvo que tener otra causa. La distancia a la que se encontraba el Sistema Solar de la estrella en el momento de la explosión era demasiado grande para destruir la protección de la capa de ozono y afectar así a los animales desaparecidos.

Fuente: RT