El arte de elaborar calaveritas de azúcar en Puebla es una tradición que se transmite de generación en generación y esto lo sabe José Emilio Quintana Ramírez, quien elabora estos dulces, considerados “tesoros indispensables” en las ofrendas de Día de Muertos.
Mantener nuestras tradiciones como mexicanos en gran parte se debe a la enseñanza que los grandes hacemos a las nuevas generaciones, porque ellos se encargarán de transmitirlas a sus sucesores y hacer que las fiestas en México se mantengan vivas”, mencionó el artista.
Desde el interior de su taller, en la calle 6 Norte en el Centro Histórico de la ciudad, Emilio Quintana compartió la receta de cómo elaborar calaveras de azúcar de diversos tamaños.
Mientras enciende las hornillas y coloca las cazuelas de cobre sobre el fuego, comentó que este trabajo es laborioso porque mover la azúcar refinada con agua caliente a temperaturas muy elevadas que llegan a alcanzar los 120 grados Centígrados, no es del agrado de muchas personas.
Sin embargo, afirmó que al mismo tiempo este oficio “es hermoso”, porque se vuelve indispensable para vestir los Altares de Muertos con estas piezas, que son elaboradas en diversos tamaños.
El tamaño de las calaveritas más demandado es el identificado como número 3, que tiene un costo de 15 pesos la pieza, pero también hay de precios que van desde 3 pesos hasta 50 pesos.
Las calaveritas no llevan conservadores y llegan a durar varios meses.
Al continuar con la elaboración, explicó que cuando el agua hierve junto al azúcar, acción donde se debe considerar que por cada 5 kilos de azúcar refinada se emplean 2.5 litros de agua, se colocan unas cuantas gotas de limón y se mueve constantemente con una pala de madera.
Está mezcla será batida hasta que con el hervor se obtenga el “punto de bola”, es decir, que la composición ya cristalina al contacto con el agua fría, permita que se formen unas perlas.
Con la ayuda de su compadre e hijos, Emilio Quintana coloca sobre la mesa de trabajo los moldes de barro húmedos para vaciar el azúcar.
En cuestión de minutos hay que desmoldar, dijo, pero hay que esperar hasta dos días para que enfríe completamente el dulce y así poder decorar.
Los moldes forzosamente tienen que ser de barro, y los que yo tengo tienen más de 100 años porque esa fue la herencia de mis abuelos. Ellos les enseñaron a hacer dulces a mi papá, él a mí y yo ahora se las he transmitido a mis tres hijos y esposa”, señaló orgulloso.
Cada familia tiene sus propios moldes; los de don Emilio datan de hace más de 100 años.
Por su parte, la pintura para el decorado consiste en una pasta blanca hecha por azúcar glass, agua, limón y pintura vegetal en varios colores. Y para distinguir sus calaveras de azúcar de la competencia, él emplea papel metálico de colores y dibuja lágrimas en los cráneos de dulce.
En Puebla, comentó, las familias que se dedicaban a este arte estaban dispersas en barrios como El Alto, La Luz, San Antonio, Santa María, Analco y La Popular, pero lamentablemente nunca se agruparon como organización y mucho menos compartieron las recetas con sus vecinos o amigos por celos a su oficio.
No hay recetas secretas, la magia de esto es que los moldes no los venden en cualquier lado. Hay alfareros que los hacen; incluso, cada familia tenía su molde particular que los distinguía como la firma de cada casa, con su propio modelo y con una decoración diferente”, expresó.
A diferencia de muchos otros artesanos, él realiza talleres en su establecimiento, en escuelas de Puebla y Tlaxcala desde preescolar hasta bachillerato, y escuelas especiales, donde transmite sus enseñanzas.
Afirmó que esta labor le enorgullece y le ha permitido tender puentes con los connacionales que viven en ciudades de Estados Unidos, como Los Ángeles y Nueva York, hasta donde ha llegado con sus saberes para que paisanos hagan sus propias calaveras de azúcar y vistan sus ofrendas o para que obtengan un ingreso extra en esta temporada.
En la pared de su taller y comercio cuelgan algunos recortes de periódicos estadunidenses que relatan su experiencia, pero también se pueden ver fotos y reconocimientos obtenidos por su labor de enseñar el arte de trabajar con el azúcar y decorar las calaveritas que nos distingue como mexicanos en el Día de Muertos.
Además, cada año envía cerca de 5 mil piezas al país vecino del norte, y cerca de 2 mil a países europeos como Francia, España e Italia, gracias a mexicanos que ahí las dieron a conocer y que ahora las adquieren.
Es por ello que cada año elabora en promedio 30 mil calaveras en diferentes tamaños, pero reconoce que hace 10 años llegaba a hacer hasta 50 mil piezas.