“¡Tranquila! No te pasará nada, no pareces mexicana”

Carta de una mexicana que vive en Estados Unidos:

Mi nombre es Adriana Moreno, nací en la ciudad de México hace 41 años, pero actualmente vivo en Estados Unidos, en Atlanta, Georgia. A mi esposo lo transfirió su compañía a este lugar hace 10 años y desde entonces es nuestro hogar. Mis dos hijas de 7 y 5 años nacieron aquí.

Georgia es un estado sabidamente republicano, conservador hasta el tuétano. Aquí radicamos muchos hispanos, algo que no agrada a todos, de hecho, en ocasiones te topas en la calle, o el supermercado con personas racistas que hacen comentarios de muy mal gusto, y en concreto sobre los mexicanos. De vez en vez tienes que soportar a uno que otro.

Desde hace aproximadamente un año, cuando Donald Trump empezó con su discurso de odio, tachándonos en televisión nacional de violadores, rateros y narcotraficantes, todo empeoró.

A partir de ese momento, los comentarios racistas empezaron a ser mas frecuentes y en cualquier lugar; en la sobremesa de las comidas o cenas, en los cafés, en la salida de la escuela, incluso en los programas de revista y en los de comedia de la televisión. Pero aún así, nuestros hijos no eran blanco de nadie. Lográbamos protegerlos y alejarlos de los comentarios dañinos para que pudieran seguir con su vida.

Sin embargo, no puedes tapar el sol con un dedo y menos cuando la información está tan a la mano de cualquiera en cualquier momento.

EL ODIO CRECÍA

El malestar y el racismo fueron aumentando conforme la campaña política por la presidencia iba avanzando. Finalmente los comentarios llegaron a los oídos de los niños; todos y cada uno de ellos estaban enterados del muro, y las deportaciones, de los e-mails y las trampas, de los debates y los discursos.

Los pequeños prestan atención, escuchan a sus padres y después, como buenos reporteros de vida, lo platican con su círculo más cercano, hablan con sus amigos y con sus no tan amigos.

Las pequeñas cabecitas de mis hijas estaban llenas de preguntas y de preocupaciones, no entendían por qué Trump no nos quería, y cuestionaban la creación de un muro –que ellas daban por hecho- para dividir al país en donde viven de la tierra en la que están sus abuelos, tíos, primos y demás familia.

Todavía siguen preguntando por qué el ahora presidente de Estados Unidos quiere deportar a la gente que trabaja aquí. Mi hija mayor está angustiada por su familia, por sus amigos, simplemente no alcanza a razonar –y es normal- la situación.

UN PAÍS TEÑIDO DE ROJO

El martes 8 de noviembre de 2016, fue la gota que derramó el vaso. Poco a poco, conforme avanzaba la tarde y la noche e íban saliendo los resultados, se me iba haciendo un hueco en el estómago. En el grupo de whatsapp que tengo con mis amigas -todas Latinas- chateábamos de lo inverosímil que nos resultaba ver como el mapa del país se teñía de rojo, los gráficos de los noticieros mostraban una cruda realidad.

Cómo era posible que después de tanto, Trump iba ganando terreno hacia la presidencia del “país de la libertad”. Parecía una broma de mal gusto por parte de los medios ¡miren que hacernos sufrir de tal manera, no se vale! Muchas de nosotras decidimos apagar la televisión o cambiar de canal.

Yo tenía la esperanza de que todo fuera una película de suspenso o de terror, en la que al final el tipo malo termina perdiendo, pero no fue así.

Me fui a la cama antes de los resultados finales, cerré los ojos esperando un milagro, con el estómago revuelto, mis hombros no podían más de la tensión. Pero en mi cabeza sabía que Donald Trump era ya el presidente número 45 de Estados Unidos.

LA PESADILLA SE HIZO REALIDAD

Desperté y parecía que alguien había muerto, esa misma sensación me invadió desde que abrí los ojos, lloré por mis hijas, por el futuro, por mis paisanos que se rajan la cara todos los días, tratando de ganar dinero para asegurar un futuro para los suyos, aquí y en México, pensé en nuestra economía, en cómo nos afectaría todo esto como familia y como sociedad.

Francamente tuve mucho miedo. Me sentí traicionada. ¿Cómo les iba a explicar a mis hijas que Trump había ganado? ¿Qué les iba a decir? ¿Cómo iba a enfrentar tantas preguntas que ni siquiera yo me podía responder? ¿Qué va a pasar ahora? ¿Qué vamos a hacer?

El miedo no es infundado, está completamente justificado. Todas esas personas que tenían pensamientos de odio en contra de los latinos indocumentados, en especial de los mexicanos, ahora les dan cuerpo y vida por medio de palabras, cánticos y lo más preocupante, tienen voz en los niños de este país.

FUEGO AMIGO, FUEGO LATINO
Justo ayer en el mismo chat de whatsapp del que hablaba, dos de mis amigas se desahogaron comentando que sus hijos habían sufrido bullying.

En el camión que los lleva a la escuela, fueron abordados por sus compañeros de siempre, pero ahora empoderados con un nacionalismo irracional, les gritaban “ustedes pronto estarán de regreso en México”. Hubo otro que en su misma escuela, tuvo que aguantar preguntas como “¿cuándo te regresas a tu país?” “¿Cuándo te vas a México, ilegal?”

Cabe aclarar que todos estos niños de los que hablo son residentes legales, tres de ellos son ciudadanos estadunidenses.

A nosotras las madres nos tocó recibir los pésames sin sentido, de las mamás que votaron por Trump. Se disculpaban por haberlo hecho, pero al mismo tiempo con la irónica frase “¡ey! no te preocupes, a ti no te pasará nada porque no pareces mexicana”.

Pero uno pensaría que los latinos nos solidarizamos y nos unimos para sentirnos fuertes ante este ataque ¿verdad? Pues no.

Los latinos también votaron por Trump y también se burlan de nosotros, la vecina venezolana, casada con un Americano, no deja de mandar memes de los mexicanos, haciendo mofa del hecho, echando limón a la herida y hablando mal de nuestro gobierno y de nuestro país.

Estamos viviendo tiempos difíciles, muy difíciles, no sólo los indocumentados, también los que estamos aquí legalmente, pero sobretodo -y es lo que me quita el sueño- nuestros hijos, que son estadunidenses de nacimiento, pero por llevar en la sangre herencia mexicana, son agredidos verbal y físicamente, hiriéndoles la autoestima, volviéndolos frágiles e inseguros en su propia casa.

Solo espero, desde el fondo de mi alma, que esto sea algo pasajero. Nos toca seguir adelante, hacernos fuertes los unos a los otros, no olvidar nuestras raíces y hacer de nuestros hijos hombres y mujeres de bien, criarlos en el amor, en la tolerancia y rodearlos de gente que también los ama y espera un futuro mejor para todos.