“El hombre es un lobo para el hombre”, reza el axioma del filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679). De lo que no hay duda es de que el hombre ha sido un lobo para los animales desde aquella sentencia del Génesis bíblico: “Que tenga dominio sobre las aves en el cielo y los peces en el mar”. La humanidad ha ejercido su control sobre todas las criaturas de la tierra desde la domesticación de los animales en el Neolítico, pero incluso antes, como demuestran las primeras formas de arte de hace 33.000 años, los cazaba y mantenía algún tipo de profunda relación simbólica con ellos. Durante siglos, hasta la revolución industrial, los animales formaban parte del paisaje humano, tanto en el campo como en las ciudades, pero se trataba de cosas, totalmente prescindibles en cuanto dejasen de ser útiles como transporte o alimento. Ahogar una camada de gatos en un saco en un río era lo más normal. Afortunadamente, nuestra visión ha cambiado. Sin embargo, también comienzan a surgir voces que se preguntan si no estaremos yendo demasiado lejos.
Dos sentencias recientes en Argentina han revolucionado la visión que tenemos de las criaturas con las que compartimos el mundo. La semana pasada un juzgado concedió a una chimpancé llamada Cecilia el habeas corpus, el derecho humano fundamental que surgió en la Inglaterra medieval: no poder ser privado de libertad sin un motivo. Unos meses antes, otro juzgado había dado otro paso enorme al considerar que una orangutana llamada Sandra era una “persona no humana”, esto es, dejaba de ser una cosa para convertirse en un sujeto de derechos.
Esto va mucho más allá de las leyes contra el maltrato animal, porque significa reconocer que son diferentes, pero que son seres inteligentes y sensibles que merecen un respeto. Organizaciones ecologistas han presentado demandas similares en varios países, sobre todo en Estados Unidos, para pedir la libertad de los animales que se consideran más inteligentes, los grandes simios, mamíferos marinos como orcas y delfines o elefantes. Si son aceptadas, instituciones como los zoos, los circos y los espectáculos como los delfinarios desaparecerán. El argumento que esgrimen estas instituciones en su defensa es que los animales deben ser cuidados y merecen ser tratados con justicia y empatía, pero no son humanos y, por lo tanto, no tienen los mismos derechos que nosotros.
El etólogo Carl Safina señaló recientemente: “Los animales nunca serán nosotros, tienen que ser ellos. Deben tener derecho a existir como poblaciones en libertad, viables y conectadas y en cautividad deben ser tratados correctamente”. Uno de los problemas más graves que padece la humanidad no son los derechos que puedan tener los animales, sino el peligro real que corren de desaparecer. Un reciente informe del WWF aseguraba que el 70% de los animales habrá desaparecido en 2020 si no tomamos medidas urgentes. Su principal derecho es a vivir y nuestra principal prioridad es que sobrevivan, porque nuestra existencia es imposible sin ellos. No son nosotros, de acuerdo, pero sin ellos la humanidad es inviable.
Fuente: El País