La vida de un hombre bueno se describe por el viaje más que por el punto de partida o el puerto de llegada.
Importa la travesía, más que el resultado. Y el periplo cierra el círculo de la existencia con un tono implacable: fuiste lo que pudiste ser, intentaste aquello que querías y diste toda la vida por ello.
Esa es la raíz de La sal de la tierra, el prodigioso documental que la distribuidora Mantarraya y Cinépolis estrenan hoy con 24 copias en Monterrey, Cuernavaca, Toluca, Guadalajara, Morelia y Distrito Federal.
Se trata del esfuerzo artístico y ético de tres hombres: Wim Wenders, Juliano Salgado Ribeiro y Sebastião Salgado, unidos para relatar la odisea del fotógrafo más importante de Brasil, uno de esos artistas que han dibujado el siglo XX con una firmeza emanada de su amor a la gente, a la que considera, precisamente, la sal de la tierra.
Advertencia: no hay manera de salir igual de la sala de cine luego de ver el documental que Wenders y Juliano construyeron para relatar la aventura profesional y humanista de Sebastião Salgado, nacido el 8 de febrero de 1944 en Aymorés, Minas Gerais, Brasil.
Su historia es la historia de la gente muerta en guerras absurdas, muerta por hambrunas inexplicables, víctimas de la crueldad de sus semejantes, prototipos de lo que el propio artista brasileño describe como “el animal más feroz: el hombre”.
Puede decirse en este punto que Wim Wenders (Dusseldorf, Alemania, 1945) lo hizo de nuevo. Luego de conmovernos hondamente con Pina, dedicado a la fallecida bailarina y coreógrafa alemana Pina Bausch (1940-2009), regresa al documental para compartir un relato que primero lo conmovió a él y luego decidió traducir en lenguaje cinematográfico
Sin Embargo