Por el poder de Netflix: “Bloodline”, la nueva joya de la corona

Desde que la empresa Netflix decidió apostar por los contenidos propios, los dólares que los usuarios pagan todos los meses para contar con el servicio (unos 7 dólares en México, aproximadamente) empezaron a cobrar un sentido mayor y produjeron lo que hoy es visto como un verdadero fenómeno televisivo de los nuevos tiempos.

No se trató solo del éxito de series magníficas como Orange is the new black y House of cards, sino también de establecer acuerdos que permitieran la emisión de temporadas completas de shows de otras cadenas, como sucede ahora con Mad Men, Breaking Bad oDownton Abbey, disponibles  para los socios de la empresa estadounidense surgida en 1997 en los Estados Unidos.

Los números hoy son reflejo de lo que se considera una verdadera revolución en la manera de ver televisión, duro golpe sin duda para la pantalla clásica, absorbida ahora por los programas de baja calidad y el exceso de anuncios publicitarios, sumado a ello los malos doblajes y las repeticiones constantes de películas y series vistas hasta el hartazgo.

Va de suyo que en países como el nuestro, la suma de 7 dólares que podría resultar insignificante en las naciones desarrolladas todavía es inaccesible para la población mayoritaria que vive –cuando tiene suerte- del salario mínimo.

Pero también es cierto que Neftlix y otros servicios de streaming han puesto en evidencia lo mucho que gana y lo poco que invierte la televisión tradicional, una circunstancia de la que ya han tomado cuenta muchos de sus espectadores naturales, quienes ahora tienen más opciones para acceder a sus programas favoritos.

Kyle Chandler ya no es el bueno de Friday Night Lights. Foto: Netflix

La televisión por cable también ha crecido mucho, pero la percepción entre los contratistas del servicio ha comenzado a transformarse para mal, toda vez que aquella vieja promesa de que iban a medirse mucho más que la televisión abierta en lo referido a los anuncios publicitarios no se ha cumplido.

Los avisos ocupan una gran franja entre los programas de cable, muchas veces estirados hasta la exasperación (shows de media hora que se van a una, por ejemplo), para hacer entrar la pauta comercial.

LOS NÚMEROS DE NETFLIX

Que Netflix es un fenómeno de audiencia inusitado no es sólo una opinión subjetiva. Los números cantan, como la suma de casi cinco millones de usuarios que la cadena obtuvo en el primer trimestre de 2015 y que ha llevado a 62 millones la cantidad de clientes que tiene en todo el mundo.

Solo en los Estados Unidos la plataforma tiene un total de 41,1 millones de clientes. El trimestre pasado sumó 2,3 millones de usuarios.

En más de 50 países, con excepción de Estados Unidos, Netflix sumó 2,6 millones de usuarios, para un total de 20,9 millones, una cifra que superó las expectativas de la propia firma.

Pocas escenas para Sam Shepard, ¡pero es Sam Shepard! Foto: Netflix

El jefe de Netflix, Reed Hastings, consideró que el crecimiento de cifras de usuarios se debe a la popularidad de las producciones propias, entre ellas no sólo las clásicas y ya mencionadas, sino también la producción de shows como Bloodline, que es hoy la nueva joya de la corona, sin que contemos por supuesto la extraordinaria precuela de Breaking Bad, Better call Saul, que aunque la empresa presenta como producción original en realidad es del canal AMC.

UNA FAMILIA CON SECRETOS MUY OSCUROS

Bloodline, protagonizada por Kyle Chandler (Buffalo, Nueva York, 1965), es una serie creada por los hacedores de Damages (a cargo de la famosa Glenn Close): Todd A. y Glenn Kessler y Daniel Zelman y que fue puesta a disposición de los usuarios de Netflix el pasado 20 de marzo, para contar la negra historia de la familia Rayburn, que posee un lujoso complejo vacacional en Los Cayos, Florida.

El lugar, entre apacible y agitado, ofrece opciones de divertimento para personas de todas las edades, quienes  se relajan con la pesca, la navegación en kayak, los cócteles dulces y un paisaje de ensueño.

A ese paraíso y al seno de la familia regresa el hijo mayor, Danny, un bueno para nada que conmociona con su presencia la presunta armonía del grupo familiar, comandado por un matrimonio veterano interpretado por los siempre solventes Sissy Spacek y Sam Shepard (escritor y músico, además de actor, el ex marido de Jessica Lange es un portento artístico que siempre entrega magia en sus trabajos, aun cuando como en este caso, sus apariciones sean breves).

Danny, interpretado por Ben Mendelsohn, guarda una historia del pasado que lo ha traumado al punto de convertirlo en un verdadero freek, un hombre que al borde de sus 50 años tiene comportamientos adolescentes y resulta sin duda un gran peso para sus tres hermanos y sus padres.

La estrategia del personaje confunde al principio. Uno no sabe si tremendo patán es así por obra y gracia de un hogar burgués que no ha sabido ponerle los puntos sobre las íes a tiempo o si las adicciones y la vida disipada lo han llevado a una psicopatía que –es evidente- no puede y no quiere controlar.

Para Mendelsohn, nacido hace 46 años en Melbourne, Australia, a quien habíamos visto en la perturbadora Animal Kingdom (David Michôd, 2010) y quien ha sido anunciado como integrante de elenco en Star Wars: Rogue One, este rol le ha significado un desafío que consiste en mostrarse por momentos como el tipo más encantador del mundo –a quien le comprarías sin pensarlo un auto usado- y por otros como un prototipo de asesino serial que no quisieras ver si te pierdes una noche oscura por alguna callejuela.

En Bloodline nada es lo que parece. Foto: Netflix

El australiano, experto en malos malísimos gracias no sólo a sus apreciadas cualidades actorales, sino también a un rostro singular y a una mirada penetrante parece estar dispuesto a destrozar irremediablemente a su familia, arrastrándola por los fangos de sus problemas mentales y su gran desvarío emocional.

Cuenta con ello con grandes personajes interpretados por enormes actores entre los que sobresalen, además de los mencionados, la hermosa Linda Cardellini (recordada como la conflictuada enfermera de E.R. y como una de las amantes de Don Draper en Mad Men), el otro hermano malo a cargo de Norbert Leo Butz y la por ahora muy desaprovechada Chloe  Sevigny.

Lo que comenzó como un drama familiar que va cobrando tintes shakespearanos y psicologistas, concluye al final de 13 capítulos intensos y conmovedores, como un thriller de suspenso donde la corrupción, el doble discurso moral y la política comienzan a adquirir un papel relevante en la historia.

En medio del paraíso, bulle un infierno de proporciones gigantescas donde los personajes resultan víctimas de un sino fatal que no logran prever ni mucho menos transformar.

A veces el enemigo vive en casa y ese individuo con el que compartes lazos de sangre e historias de infancia puede convertirse en un gran depredador.

“Nadie es bueno, nadie es del todo malo, hay un montón de gris”, ha dicho Todd Kessler deBloodline, la serie de Netflix que ha sido muy bien recibida por el público, al punto de haberse confirmado la semana pasada la realización de una segunda temporada.

SinEmbargo