Cada vez hay mayor evidencia científica sobre los daños potenciales a la salud por el uso de la agrobiotecnología transgénica y herbicidas como el glifosato, indicó Emmanuel González-Ortega, quien realiza una estancia posdoctoral en el Instituto de Ecología (IE) de la UNAM.
En nuestro país muchos investigadores están en contra de la siembra de maíz transgénico; argumentan que no es necesario, pues la producción agrícola del grano nativo cubre los requerimientos de cantidad y necesidades alimenticias de la población.
Se conoce como cultivo transgénico a aquel cuyo material genético ha sido modificado; a la planta se le insertan genes procedentes de otros organismos para otorgarle características que no posee de manera natural. A variedades comercialmente disponibles en diferentes países –principalmente maíz, algodón o soya transgénica– les han introducido información que les hace producir su propio pesticida o ser tolerantes a herbicidas químicos como el glifosato (en México se le conoce como “Faena”), por ejemplo.
Sin embargo, no se sabe a profundidad cuáles son los efectos que producen las inserciones de transgenes en el genoma y proteoma de las plantas, aunque hay estudios que han encontrado, en las de maíz, alteraciones en la expresión general de proteínas. En ciencia, en la tecnología agrícola y en cualquier actividad humana debe observarse irrestrictamente el principio precautorio.
Quienes se oponen lo hacen por el peligro que representan las variedades transgénicas para la biodiversidad del maíz. Además, no se puede dejar de lado la parte cultural, simbólica y económica que tiene para los pueblos en México.
Resultado de miles de años de selección por las diversas culturas de nuestro país, las más de 60 variedades nativas de ese cereal constituyen una enorme riqueza genética que servirá para cubrir las necesidades de mejoramiento genético actual y futuro.
Adicionalmente, en el contexto de eventualidades como el cambio climático, las variedades tradicionalmente adaptadas a condiciones que pueden considerarse extremas serían una reserva genética invaluable para generar híbridos tolerantes. No se puede permitir que en México, donde surgió y se domesticó el maíz, se destruya la herencia biocultural que representa, dijo.