El estudio reveló que la doxiciclina, antiguo antibiótico perteneciente al grupo de las tetraciclinas que es frecuentemente utilizado para el tratamiento de las neumonías y otras infecciones, aplicado en muy bajas dosis, puede reducir la toxicidad de una proteína responsable de propagar la muerte de las neuronas.
De acuerdo con las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, más de 7 millones de personas en el mundo padecen el mal de Parkinson, un trastorno neurodegenerativo y altamente invalidante. La patología aún carece de cura, quedando los actuales tratamientos restringidos al alivio de los síntomas, como pueden ser la lentitud, la rigidez muscular o los temblores, entre los problemas motrices que provoca.
Por la magnitud de alcance que representa, la necesidad de una indicación eficaz es imperiosa. Es por ello que cientos de investigaciones científicas se ponen a prueba en búsqueda de una solución definitiva. El primer paso es frenar el deterioro. Conforme pasa el tiempo, la respuesta parece estar cada vez más cerca. Una prueba experimental encabezada por un equipo de especialistas argentinos halló un descubrimiento que significa un paso más en la lucha contra la enfermedad.
La investigación, publicada en la revista Scientific Reports (de la editorial Nature) tiene como eje central a la doxiciclina, un antiguo antibiótico perteneciente al grupo de las tetraciclinas que es frecuentemente utilizado para el tratamiento de las neumonías y otras infecciones. El estudio reveló que el fármaco, aplicado en muy bajas dosis, puede reducir la toxicidad de una proteína responsable de propagar la muerte de las neuronas.
“El descubrimiento fue casual, algo que en ciencia llamamos serendipia. Estábamos haciendo otros estudios, intentando obtener modelos experimentales de ratones con Parkinson, y nos dimos cuenta de que los que estaban alimentados –por error– con consumos que tenían dixociclina, que en realidad eran para otro lote, cuando nosotros poníamos el tóxico en el sistema nervioso nos funcionaba”, comentó a Infobae Rosana Chehín, investigadora independiente del Conicet en el Instituto Superior de Investigaciones Biológicas (Insibio, Conicet-UNT).
“Hay una proteína en el cerebro que normalmente está soluble y cumple una determinada función en las neuronas, pero que en determinados momentos se vuelve tóxica –no se sabe bien por qué– y empieza a matar las neuronas. Lo que hace la doxiciclina unirse a estos agregados, inducir un cambio de conformaciones en ellos y reducir su toxicidad. Lo que se publicó son las bases moleculares que explican este proceso”, agregó.
Además de la especialista argentina, el estudio estuvo encabezado por Rita Raisman-Vozari, del Instituto para el Cerebro y la Médula Espinal (ICM), de París, Francia. También participaron científicos brasileños. El trabajo se realizó parte en Tucumán, parte en París. “La propuesta es reciclar esta droga y usarla como neuroprotector, a dosis mucho menores de la que se emplea normalmente, dosis subantibióticas según nuestros cálculos, en las cuales no se genera resistencia al antibiótico”, explicó Chehín.
La especialista destacó la importancia de recalcar que los resultados están en una fase experimental. “Todas estas son pruebas preclínicas. Funcionan muy bien en cultivos de neuronas y también lo han hecho en animales de experimentación, lo que no significa que tenga los mismos resultados en la escala humana. La reducción de la toxicidad de alfa sinucleína podría abrir nuevas estrategias terapéuticas para la enfermedad”. En este punto ya no depende de la labor de la comunidad científica, sino que es necesaria la intervención de neurólogos, los sistemas de salud y la industria farmacéutica.
“Para que una nueva droga llegue al mercado se necesitan 14 años de pruebas preclínicas y clínicas. Es un fármaco que ya está probado, ya se le conocen los efectos adversos y que ya está en el mercado. Lo que hacemos es reproponer un uso. Pensamos que a futuro se podría llegar a dar en muy bajas dosis como prevención todos los días porque protegería a la neurona del daño tóxico. Lo que no hemos encontrado es que revierta el daño que ya está hecho. Es una esperanza”, afirma Chehín.
El hallazgo se magnifica por la dificultad de coordinar esfuerzos con expertos de distintas partes del mundo, cubriendo enormes distancias, y también por las condiciones en las que ofician: en el Instituto donde trabajan están sin agua desde diciembre.
Fuente: Sin Embargo