Bien decía Freud que amamos a los perros porque son simples, no tienen la personalidad dividida, la maldad del hombre civilizado ni la venganza del hombre contra la sociedad por las restricciones que ella impone, relató el portal MUY.
Y ese vínculo que creamos con los animales es tal, que incluso nos lo llevamos a otro país si no vivimos en el que lo encontramos. Este es el caso de Olivia Sievers, una azafata que en Buenos Aires conoció a un perrito callejero del que no pudo separarse jamás.
Cuando lo vio por primera vez, le ofreció agua y comida, además, le armó una improvisada casita con la manta de una compañera de vuelo. Al otro día, cuando Olivia salió a recorrer la zona, se reencontró con el perrito. Y para su sorpresa, él la siguió durante todo el día.
La partida fue dolorosa. Olivia lo acarició antes de entrar al aeropuerto, pensando que no volvería a verlo, pero se equivocó. Una semana más tarde, otro vuelo la llevó de vuelta a Argentina y al llegar al hotel, allí estaba ‘Rubio’ (como lo había nombrado).
Su felicidad fue enorme. Comenzó otra ronda de mimos, de caricias. Y en la cabeza de Olivia también empezó a tomar forma la manera de encontrarle un hogar a su nuevo amigo.
Ya de vuelta de en Alemania encontró por Internet a la gente de Mascotas Puerto Madero, Adopciones Responsables, un grupo de vecinos que se propusieron “alimentar, castrar, vacunar, y en caso de requerirlo, curar a los animalitos de la zona”. En un extenso mail, Olivia les explicó lo que había vivido con Rubio.
Cuando fueron a buscarlo, Rubio no puso resistencia y dejó que lo condujeran al hogar transitorio en San Telmo, pero pese a todas las comodidades, no parecía feliz, así que un día se escapó.
Sorpresivamente, cada vez que Olivia ponía un pie en la Argentina, el animalito la esperaba en la puerta de su hotel, en Puerto Madero.
Tras darle comida, abrigarlo y “prometerle” que en unos minutos bajaría a jugar con él, Olivia subió a su habitación, se comunicó nuevamente con la gente de Mascotas y ellos le contaron que había aparecido una persona que quería adoptar a Rubio. Se llamaba Nicolás y vivía junto con su mujer y sus dos hijos.
Olivia llevó a Rubia con un veterinario, donde conocería a Nicolás. Feliz, como si el alma le hubiera vuelto al cuerpo, Rubio salió de la veterinaria sin alejarse ni un centímetro Olivia. Y aunque Nicolás intentó atraerlo con juegos y hasta comida, no hubo forma de sobornarlo.
Antes de regresar a Alemania, la chica movió cielo, mar y tierra para completar los trámites necesarios de pasaje y la autorización sanitaria para llevarse a Rubio a su país. Hoy, el perro está feliz del otro lado del mundo.