Al niño de Mbale no le pasó nada, pero podría haber sido mucho peor. Hay una posibilidad entre 2.700 de que el asteroide Bennu, de unos 500 metros de diámetro, choque contra la Tierra dentro de unos 150 años. Si lo hace, creará un cráter de unos cinco kilómetros de diámetro, liberando una energía 70.000 veces superior a la de la bomba atómica de Hiroshima, según los cálculos de la NASA.
Pero no hay que preocuparse mucho. Las probabilidades de morir en un accidente de tráfico son una entre 113, según los datos de EE UU. El asteroide Bennu, sin embargo, sí puede tener un impacto en el conocimiento humano sobre cómo se formaron los planetas, cómo empezó la vida en la Tierra y cómo de probable es que se originara también en otros lugares del Sistema Solar. La NASA lanzará el 8 de septiembre a las 19:05, hora local de cabo Cañaveral, la sonda OSIRIS-REx, con la misión de aterrizar en el asteroide, arrancar fragmentos y volver a casa.
“No hay que preocuparse en absoluto. La probabilidad acumulada de impacto es del 0,037%, y a finales del siglo XXII”, explica a Materia el jefe de la misión, Mike Donnelly, del Centro de vuelo espacial Goddard de la NASA. “Para entonces, los datos de OSIRIS-REx nos ayudarán a hacer mejores predicciones sobre la órbita de Bennu”, tranquiliza.
La misión no será la primera de ida y vuelta a un asteroide. La sonda japonesa Hayabusa aterrizó en 2005 en el asteroide Itokawa. Regresó cinco años más tarde con muestras que demostraron que el origen de la mayoría de los meteoritos que caen a la Tierra son, precisamente, asteroides como Itokawa, rocosos de tipo S. En esta ocasión, la NASA espera recoger entre 60 y 2.000 gramos de Bennu para, idealmente, encontrar moléculas orgánicas, como aminoácidos, los ladrillos que pudieron originar la vida en la Tierra hace unos 4.000 millones de años.
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