Cineasta trabaja en una película sobre la expropiación petrolera; miles donan recursos para su realización

Sergio Olhovich tiene prisa. “A mi edad ya no puedo perder el tiempo”, dice mientras se acoda con dificultad en el escritorio de su casa en Coyoacán, Ciudad de México.

Con 76 años a cuestas y una reciente operación de rodilla que le impide moverse con demasiada soltura, el laureado director de 15 películas y más de una docena de cortometrajes y documentales pide unos minutos para guardar en su computador portátil los cambios que acaba de hacerle al guión de su próximo proyecto: “Esto se reescribe todos los días”.

Afuera son las 12 del mediodía y la luz apenas se cuela por la ventana de una habitación de fragancia amaderada llena de libros, medallas, reconocimientos, placas, fotografías familiares, papeles y un montón de osos miniatura que no compró él: “Un día alguien me recomendó que empezara a coleccionarlos y yo le dije que no tenía razones para hacerlo, pero de pronto la gente empezó a regalármelos y aquí están”. Así, con ayuda de otros, creó un pequeño ejército de cuadrúpedos de cerámica y plástico. Curiosamente, con esa misma solidaridad también planea hacer realidad su película 1938: Cuando el petróleo fue nuestro.

EL “RUSO” ERRANTE
Vladímir Olhovich salió de la URSS en 1925 no porque tuviera diferencias con la Revolución aclara su hijo Sergio–, sino porque quería seguir sus estudios. Una mañana (¿o una tarde?) abrió el periódico y vio un pequeño anuncio que invitaba a los extranjeros de todo el mundo a ir a México: “Mi papá fue a la embajada, le dieron su visa, cien dólares y un boleto en barco”.

La llegada a México, durante el Gobierno de Álvaro Obregón, le permitió a Olhovich padre terminar sus estudios en ingeniería petrolera. Como no hablaba español, le tocó aprender como obrero en las minas de plata de Pachuca. Dio clases de piano, se recibió en la universidad, fue contratado por la empresa El Águila, filial de Shell, y luego se enamoró de una joven de Tabasco.

Años después, en 1941, nació Sergio. Pero que nadie se equivoque: el cineasta no fue parido en las jacarandosas tierras mexicanas ni en la estepa rusa, sino en las antiguas Indias Holandesas, hoy Indonesia, donde Shell había enviado a su padre en la búsqueda de nuevos yacimientos. Sin embargo, la ocupación japonesa de 1942 obligó a los Olhovich a huir “en el último barco que zarpó” de vuelta al continente americano, un retorno que después los llevaría con destino a Colombia, Ecuador y Venezuela. “Yo nací como ciudadano holandés, pero pasé los primeros meses de mi vida dentro de una canastita con un salvavidas eternamente puesto”.

En esa historia, contada a grandes brochazos, hay una tuerca suelta. Un episodio que su protagonista quiere revivir en la gran pantalla.

LA EPOPEYA MEXICANA
En 1938 todavía Sergio Olhovich no había nacido. México era gobernado por el General Lázaro Cárdenas y el país estaba en plena efervescencia: el mandatario había concretado la nacionalización de la red de ferrocarriles y, además, expropiado los bienes de 17 compañías petroleras. La indemnización a esas empresas se pagó, en parte, por el aporte voluntario de los mexicanos.

“Fue una epopeya maravillosa. El pueblo mexicano se unió para apoyar el llamado del Presidente: niños de la escuela llevaban sus alcancías; mujeres ricas echaban sus joyas y sus abrigos de piel; los marines mandaban dinero por telegrama desde altamar; los campesinos llevaban sus gallinas; los hombres ricos hacían cheques sustanciosos. Es uno de los momentos más gloriosos de la historia de México y yo quiero mostrar eso en mi película”, adelanta el director de cine y maestro fundador del Instituto de Arte Cinematográfico y de Actuación mientras aguza la mirada de águila detrás de unos espejuelos redondos que hacen juego con su barba blanca y puntiaguda. A ratos, cómo no, se da un aire a León Trotsky.

El rodaje está previsto entre abril y mayo de este año. Todavía no tiene todo el dinero (él estima que necesita unos millones de dólares), pero parte de los fondos recaudados han sido de donaciones de unas 10 mil personas, “dineritos chiquitos, pues, de gente del pueblo”. De colecta en colecta, como la emulación a escala de aquel llamado del Presidente Cárdenas, Olhovich ha protagonizado su epopeya personal, una a la que tampoco le falta enemigos.

“Yo sé que hay mucha gente interesada en que no se haga esta película. Y es comprensible: este gobierno quiere volver a privatizar nuestra industria petrolera y, como decía el General Cárdenas, ‘quien entrega los recursos naturales del país a empresas extranjeras es un traidor a la patria’. Es una política equivocada y mi trabajo, a su manera, va a mostrar lo que es la soberanía de un país cuando es dueña de sus recursos”.

Pero, ¿por qué embarcarse en un proyecto de tales dimensiones? “Es que el cine fue hecho para hablar de cosas importantes, no solo de babosadas”, dice Olhovich como una justificación. Lo que no admite abiertamente es que el petróleo, queriendo o sin querer, es la sustancia lo cose al barro primigenio de su vida, a su padre, a su infancia.

Pese a que Vladímir Olhovich apoyó la expropiación de 1938, las empresas extranjeras le mantuvieron un contrato para que buscara yacimientos en América del Sur. Por eso la niñez de Sergio transcurrió en los campos petroleros de Colombia, Ecuador y Venezuela: “Yo crecí viendo la desigualdad”.

Dentro de esas parcelas cercadas y electrificadas, llamadas campos petroleros, se vivía ajeno de carencias, con clubes deportivos con piscina, canchas, colegios bilingües y casas confortables para los ingenieros contratados por las trasnacionales para explotar los recursos del llamado “tercer mundo”. Afuera de la barda de alambre de púas, las caras del margen: “los niños descalzos, desnutridos, morenitos, que nos tiraban piedras a nosotros, por supuesto, porque éramos los malos. Y yo, en mi mente de preadolescente, no lo entendía mucho pero sí me daba cuenta de esas diferencias porque mi papá me hablaba siempre la realidad en esos países”.

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Source: Espectaculos