Con el análisis de datos físicos, químicos y biológicos atesorados en sedimentos, pólenes de antiguas flores y algas diatomeas que habitaron en zonas lacustres del pasado, Priyadarsi Roy, del Instituto de Geología (IGL) de la UNAM, indaga cómo era el clima del desierto de Chihuahua hace 120 mil años.
“En términos geológicos es información reciente, pues se calcula que esa zona podría tener una antigüedad de más de 30 millones de años, que es la edad de las sierras Madre Oriental y Occidental que lo rodean. Así que los datos que tenemos equivalen apenas al análisis de la superficie”, explicó el investigador.
Ambas sierras han funcionado como enormes barreras de más de tres mil metros de altura y han promovido el desarrollo de ese ecosistema árido al impedir la llegada de lluvia y humedad proveniente de los océanos Atlántico y Pacífico.
“Los desiertos se caracterizan por un déficit de humedad ambiental y el principal causante es el efecto de sombra orográfica provocada por las cadenas montañosas. La mayoría de esos ecosistemas se ubican en barreras orográficas, por lo que no reciben lluvia y tienen más evaporación: son tierras calientes y secas”, ahondó.
Ubican periodos de lluvias y secas
El desierto de Chihuahua es el más grande de América del Norte, tiene un área de 450 mil kilómetros cuadrados y está ubicado a ambos lados de la frontera de México y Estados Unidos.
En algunas zonas, Roy y sus colaboradores (entre ellos alumnos de posgrado) perforan el suelo para obtener núcleos, es decir, fracciones de sedimento que se conservan acomodados en líneas de tiempo y aportan información antigua, si proviene de la parte más profunda, y más reciente, si es de las capas superficiales.
Esos núcleos se llevan al Laboratorio de Paleoambientes para realizar estudios detallados de geoquímica. Son datos valiosos, pues nos permiten identificar periodos secos y de lluvia. Por ejemplo, si en el pasado hubo mayor precipitación se formaron arroyos que arrastraron los sedimentos de afuera hacia adentro de la cuenca, podemos cuantificar éstos y a la lluvia, dijo.
En contraste, en épocas secas los sedimentos llegaron mediante los vientos. “La transportación eólica nos habla de ese periodo, así como los datos de la salinidad y temperatura”, detalló.
El polen ayuda a los científicos a conocer la vegetación del pasado, pues fue transportado por el viento o agua y se alojó en una capa de sedimento bajo la tierra. “Con estudios de radiocarbono podemos saber la edad del depósito, cuándo hubo vegetación alrededor del sitio analizado”, añadió.
En tanto, las algas diatomeas revelan la presencia de algún cuerpo lacustre en el pasado y ayudan a completar el rompecabezas del escenario climático antiguo.
Roy asume la complejidad de examinar el paleoclima (o clima del pasado) de las regiones áridas, mucho más difíciles que las húmedas, que guardan mayor cantidad de información. “De zonas tropicales existe más investigación, pero de los desiertos nos falta mucho por saber”, señaló.
El universitario comparó el paleoclima con un detallado diario de la Tierra. “Ahí se escriben las cosas importantes que nos pasan. De manera semejante, los sedimentos, pólenes y algas diatomeas guardan información ordenada y muchas veces bien conservada, que nosotros queremos leer”, ejemplificó.
Las “letras” del lenguaje utilizado son las características químicas, físicas y biológicas registradas en esos indicadores naturales, que se interpretan en el laboratorio hasta lograr recrear un rompecabezas climático del pasado.
Los resultados logrados por el científico y su equipo perciben los cambios incrementados por la actividad humana en la centuria reciente. En los últimos 120 mil años el planeta tuvo periodos cálidos y fríos. Dentro de estos últimos hubo variabilidad, pero las recientes modificaciones han sido abruptas a consecuencia del cambio climático antropogénico.
En su labor pretende descubrir cómo respondió el ecosistema del desierto de Chihuahua. “La información del pasado nos ayudará a tener una estimación cualitativa de lo que deberíamos esperar si el calentamiento global sigue así. Es cíclico y los ecosistemas tienen un comportamiento”, remarcó.
Entre las orientaciones que este estudio puede dar en el presente y el futuro destacan las modificaciones en los patrones de lluvia y sequía, el tipo de cultivos que pueden sobrevivir, las zonas de riesgo para vivienda y qué acciones de protección debemos tener ante desastres naturales.