En el extremo de una frondosa cordillera de interminables montañas y altos helechos se encuentra el municipio de Cuetzalan (Puebla, México). Sus grutas, cascadas y pirámide —conservados de manera casi íntegra por la población originaria totonaca y macehual, conocido como nahua el todo el país— atraen a turistas y deportistas. Sin embargo, no es un lugar sin conflicto.
Desde hace dos décadas, algunos empresarios insisten en introducir grandes proyectos para el municipio: un comercio de la cadena Walmart, hoteles internacionales y, de manera velada, mineras canadienses a cielo abierto, hidroeléctricas, ‘fracking’ y una subestación con tendido eléctrico a un costado de la cabecera del lugar. Sus habitantes rechazan todos estos proyectos, pero siguen latentes.
“El primer pueblo que venció a Walmart”: así fue conocido Cuetzalan entre 2010 y 2012, durante la efervescencia nacionalista fruto del bicentenario de la independencia de México. Mediante reuniones de cabildo, la población logró prohibir la instalación de una tienda departamental en la calle principal de su cabecera y sentó un precedente importante en un país donde la empresa estadounidense está envuelta en casos de corrupción y ha empleado dinero para imponer sus tiendas.
Paulina Garrido Bonilla preside la Unión de Cooperativas Tosepan Titataniske —’Unidos venceremos’ en náhuatl, que hoy cumple 40 años— asegura a RT que la transnacional ya tenía convenios con el Ayuntamiento de Cuetzalan desde 2009 y llegó a publicar su proyecto en el Diario Oficial de la Federación, el órgano oficial de noticias de México.
“A través de nuestras asambleas, protestamos en contra de la instalación de esta tienda trasnacional” y “con firmas, las comunidades no aceptaron la instalación”, explica esta activista.
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Las asambleas son la base de la organización de las comunidades originarias en México. En 2008, gracias a esa práctica, Cuetzalan creaó un acuerdo de protección de su territorio: el Comité de Ordenamiento Territorial (Cotic), un ejercicio de institucionalidad originaria destinado a la conservación del hábitat y la belleza del municipio, que sirvió para prevenir la posible instalación de un proyecto de desarrollo turístico promovido desde el Gobierno estatal.
Leonardo Durán, consejero de la Tosepan, relata que “los primeros que se organizaron fueron las empresas de turismo familiar, pues les sería difícil competir contra un Hyatt”, pero “realmente la lucha no fue por precios, sino por preguntarse ‘¿Cómo hacemos una actividad que respeta lo que tenemos: ir a la cascada sin que se privatice ni que la fiesta del pueblo sea la fiesta para el turista?’”.
Unión de Cooperativas Tosepan TitataniskeAl-Dabi Olvera
Curiosamente, el Cotic se estrenó contra Walmart y el presidente municipal tuvo que negar el permiso. Tras la derrota de esa multinacional, Cuetzalan vivió otro gran reto, que arreció en 2012. Entonces, sus habitantes conocieron que alrededor del 30 % del territorio de la Sierra Norte de Puebla está concesionado a megaproyectos de extracción. Desde entonces, Cuetzalan tuvo que recurrir a todas las herramientas de defensa.
Unidos venceremos
Esos serranos han recurrido a diversas herramientas para detener la persistente llegada de agentes externos a lo largo de su historia. Por ejemplo, de la región salieron los combatientes indígenas que derrotaron al Ejército francés en una batalla que tuvo lugar el 5 de mayo 1862 y hoy se conmemora hasta en Estados Unidos.
Resulta común escuchar historias transmitidas de generación en generación sobre ese acontecimiento. El embate que hoy vive el lugar quizás es más fuerte que el vivido durante la intervención francesa, a pesar de que la lucha es pacífica, narra Leonardo Durán.
Así, los pueblos de la región conformaron el Consejo Tiyat Tlali para informar y coordinar la defensa ante esta “nueva invasión”. Durán detalla que “ha sido un proceso muy creativo: generaron nuevas estructuras con las viejas formas que tienen los pueblos”. Un ejemplo de estas nuevas estructuras con conocimientos ancestrales es la propia Tosepan, una familia de cooperativas indígenas encabezada por primera vez por una mujer.
Paulina Garrido cuenta que su trabajo forma parte de un proceso de organización para solucionar diversos abusos y recuerda que, en la década de los 70, en Cuetzalan surgió un movimiento para dotar de productos básicos a comunidades víctimas de altos precios; después, pasaron a buscar sus propios mercados para combatir el ‘coyotaje’: pago de los producos del campo a bajo costo.
Entonces, la Tosepan comenzó a distribuir café, pimienta y miel de manera independiente. Hoy en día posee una cooperativa de crédito que funciona como un banco de confianza —’tomin’ significa moneda, en náhuatl—, otra de materiales alternativos de construcción, otra de servicios de turismo alternativo (‘calli’, casa), de salud preventiva, una escuela, una radio, y la cooperativa de mujeres (‘siuamej’, en nahua). Sus miles de socios están repartidos en decenas de municipios donde viven comunidades que se organizan con sus propias asambleas: el 86 % de sus integrantes son indígenas y el 64 %, mujeres.
Su finalidad es un concepto mexicano del buen vivir, un término popularizado en el continente mediante las nuevas constituciones de Bolivia y Ecuador, pero ya conocido en las comunidades nahuas como ‘yeknemilis’: vida buena. “Aquí en la región van sucediendo las cosas: conforme nos damos cuenta de lo que hace falta, se resuelve. Es lo que realmente le ha dado vida y fortaleza a que el movimiento cooperativo siga en pie de lucha y estemos aquí ahora, porque el espíritu de la gente macehual ha sido cooperar”, detalla la presidenta de Tosepan.
La asamblea del pueblo
Cuetzalan también se ha vuelto famoso por albergar enormes asambleas junto con municipios vecinos. Cada dos meses, indígenas macehuales, totonacos y personas mestizas realizan una reunión informativa de toma de decisiones: 18 asambleas en los últimos tres años.
A la reunión del pasado 18 de febrero acudieron representantes de, al menos, 20 municipios de Puebla y Veracruz: 173 pueblos. Además, contaron con la compañía de familiares de los 43 estudiantes desaparecidos en 2014 en Guerrero, indígenas otomíes que combaten la construcción de una autopista y una representante del pueblo Lakota, quienes tratan de evistar la instalación de un oleoducto en el río Misuri (EE.UU.).
En plaza principal de Cuetzalan y frente a un tronco de árbol donde se desarrollaba el antiguo ritual de los voladores totonacos, la asamblea muestra su nueva preocupación: la instalación del tendido eléctrico con torres de hasta 40 metros por parte de la Comisión Federal de Electricidad (CFE).
En esa reunión hay dos sillas vacías: los lugares reservados a los representantes de la CFE invitados, que nunca se presentaron para exponer sus intenciones. Se tomaron tres acuerdos a mano alzada: no permitir la instalación de la línea, acompañar a otros pueblos que sufren su situación y buscar formas alternativas de energía.
RT recorrió el campamento que, desde octubre, mantienen los pobladores de Cuetzalan para vigilar que no continúe la obra para instalar los cables de alta tensión, unos trabajos que ya derribaron vegetación en las inmediaciones del pueblo. El lugar está construido con bambú y prácticamente se trata de una casa ecológica, con una milpa y paneles solares.
Leonardo Durán incide en que la línea de alta tensión pasa justo en medio de proyectos mineros y de ‘fracking’; es decir, están conectados. El Cotic ha permitido que Cuetzalan detenga la minería a cielo abierto y ahora ha interpuesto una demanda al Estado mexicano.
Sin embargo, Paulina Garrido Bonilla adelanta en qué consiste la lucha que darán “los próximos 40 años”: “La raíz tiene que ver con esta forma de vida que han tenido nuestros abuelos. No vamos a volver a vivir con candiles, sino más bien rescatar todo aquello que hicieron bien: consumiendo alimentos sanos, sembrando y trabajando sus tierras. Comprender que todo esto, lo que nos rodea, es parte de nosotros. Tenemos un fuerte reto y enseñanzas para enfrentarlo”.
RT Noticias
Source: Mexico