Podemos llamarla Cristina, pero también podría ser Andrea o Isabel. Esta historia comienza con una mujer despertando desnuda al filo de la cama de un hotel al que no recuerda haber entrado. La drogaron en una fiesta y su memoria es una nube oscura.
El único recuerdo que le queda de la noche anterior es su propio cuerpo, en el que todavía son visibles las huellas de la violación.
El drama de esta mujer, que muchas veces es apenas una adolescente, es cada vez más común de un extremo al otro de América Latina.
Cuando empecé en 2003, las violaciones usando drogas eran raras. Hoy son muy frecuentes. Es muy fácil conseguir estas sustancias”, dice Maria Elena Leuzzi, presidenta de la ONG Ayuda a Víctimas de Violación, una organización que se ha convertido en un referente para las víctimas de abusos sexuales en Argentina.
Cada fin de semana Leuzzi asegura que suele recibir al menos cuatro llamadas de mujeres que describen la misma historia. Se divertían en un “boliche de barrio” o en una discoteca exclusiva de Buenos Aires y después no recuerdan nada.
“Sólo en Ciudad de México, más de 300 mujeres son violadas al año en completo estado de narcosis, y la cifra es cada vez mayor”, asegura Laura Martínez, la presidenta de la Asociación para el Desarrollo Integral de Personas Violadas (ADIVAC), la única institución civil que atiende los casos de violencia sexual en México.
Esta cifra coincide con el calculo que hace Carlos Díaz, toxicólogo con 20 años de experiencia en el laboratorio de química forense que pertenece a la Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México.
“En promedio analizamos casi una denuncia por día (…) es notorio que el uso de sustancias que facilitan la violación va en aumento”, señala. En la gran mayoría de casos las víctimas no llegan a los 25 años.
El efecto que se busca en la víctima es siempre el mismo: quebrar su voluntadhasta convertirla en un juguete de su agresor. Un juguete que no tendrá memoria del ataque.
Al alcance de la mano
Lo primero que Cristina vio al despertar fue la alfombra roja del hotel. Le dolían los brazos y las piernas. Su ropa estaba a ambos lados de la cama. En una pequeña mesa, bajo una lámpara, un reloj marcaba la 1 de la tarde. 16 horas antes se había arreglado en la habitación de una amiga de la universidad para ir juntas a una fiesta.
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Cristina recuerda que conoció a un muchacho con quien estuvo bailando salsa y luego se quedó conversando con él cerca de la barra. No sabe por qué le pidió a su amiga que se fuera.
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