Llegó la hora… EU elegirá a su nuevo presidente

Nadie hace una fiesta un martes, sin embargo Estados Unidos celebra sus elecciones un martes laborable de noviembre debido a una ley dictada cuando era un país agrícola, cuando se desplazaban en carruaje o a caballo y sólo votaban los hombres blancos: en 1845.

Excélsior informó que ese año, el Congreso decidió uniformar el hasta entonces caótico e inestable calendario electoral con la primera ley federal en establecer un día de voto común para toda la nación: el primer martes después del primer lunes de noviembre.

En esa fecha había terminado la cosecha, todavía el clima permitía buenas condiciones en las vías y se evitaba que coincidiera con el cierre de cuentas de los comerciantes o la festividad de Todos los Santos para los católicos si las elecciones caían en el primer día del mes.

En ese Estados Unidos rural, la mayoría de los ciudadanos tenían que hacer un viaje largo para ir a votar a la sede del condado en los lentos transportes de la época.

Ese escenario hacía imposible elegir el lunes como día electoral, ya que muchos tendrían que comenzar su trayecto en domingo, algo impensable al ser un día de iglesia y oración para los cristianos.

Votar durante el fin de semana estaba así fuera de consideración por motivos religiosos: el sábado podrían votar los cristianos, pero no los judíos, que celebran su día sagrado (sabbat).

“Esos eran días de fe y estaban reservados a la práctica religiosa. El miércoles era el día del mercado en la mayoría de los condados, de manera que se consideró el martes el día más práctico para la sociedad de entonces”, explicó Daniel S. Holt, historiador de la Oficina Histórica del Senado.

Hoy, 171 años después, Estados Unidos sigue votando en martes pese a las dificultades que presenta para los ciudadanos del siglo XXI ir
a las urnas en un día laborable y lectivo.

“Tenía sentido hace más de cien años cuando éramos una sociedad rural, pero no tiene ningún sentido ahora. Votar en martes es demasiado difícil, casi todo el mundo trabaja”, comentó Debra Cleaver, directora de Vote.org.

La suya es una de las muchas organizaciones que intentan acabar con una estadística vergonzosa para un país tan orgulloso de su democracia: Estados Unidos ocupa el puesto número 138 de 172 naciones en participación electoral.

Y lo hace con una media de 47.7% desde 1945, según un informe del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA).

“Ha habido numerosos intentos de cambiar el día de votación, a un festivo federal o a dos días, como en otros países. Pero ninguno ha tenido éxito”, indicó Anthony Corrado, profesor de Política Gubernamental en el Colby College de Maine.

Uno de esos intentos fallidos fue el proyecto de ley que presentó a finales de 2015 el congresista demócrata de Nueva York, Steve Israel, para que las elecciones pasaran a celebrarse el primer fin de semana completo de noviembre.

“Votar debería ser fácil y accesible. Por eso en 1845 el Congreso decidió que votar en martes tenía sentido al ser el día más fácil para los agricultores en una sociedad rural. Pero los tiempos han cambiado, en las legislativas de medio mandato de 2014 dos tercios de los que no votaron alegaron imposibilidad por horarios de trabajo o estudios”, argumentaba entonces el legislador.

La organización “Why Tuesday?” (¿Por qué martes?) tiene desde 2005 el cambio de día de votación como causa.

“Si podemos mover el Día de los Presidentes o el de Martin Luther King para conveniencia de los compradores, ¿por qué no podemos mover el día de las elecciones para conveniencia de los votantes?”, pregunta esa asociación en su manifiesto.

En 37 de los 50 estados y el Distrito de Columbia (donde está la capital, Washington) los ciudadanos ya pueden votar por anticipado o por correo, pero en 13 no hay voto anticipado y se exige un justificante para el voto ausente.

Para tomar en cuenta

Las elecciones presidenciales de hoy en Estados Unidos se decidirán en una decena de estados, donde la disputa es particularmente ajustada.

Estados Unidos posee un sistema de elección indirecta en el que cada estado tiene asignado un número de representantes al colegio electoral (los llamados “votos electorales”), que dependen del tamaño de su población.
Con las notables excepciones de Maine y Nebraska, el candidato presidencial que gana un estado se lleva todos los votos electorales, ya que no rige un sistema proporcional.
Para llegar a la Casa Blanca, un candidato necesita por lo menos 270 de los 538 votos electorales el día de la elección.
El sistema hace que los candidatos se concentren en los estados en donde la disputa es más apretada.
En esta elección en particular, Florida, Pensilvania, Ohio, Carolina del Norte y Virginia son considerados los más importantes.
Florida distribuye nada menos que 29 votos electorales, al tiempo que Pensilvania atribuye 20, Ohio 18, Carolina del Norte 15 y Virginia 13.
Para llegar al número mágico de 270, hasta el pequeño estado de Iowa, que distribuye seis votos electorales, puede inclinar la balanza.
En esta elección, se renovará la totalidad de la Cámara de Representantes: las 435 bancas de los legisladores y también los seis representantes territoriales sin derecho a voto (incluido el de Puerto Rico).
En tanto, en el Senado estarán en 34 bancas, y en esa Cámara alta los demócratas tienen excelentes posibilidades de recuperar la mayoría que perdieron en 2014.
En caso de que Hillary Clinton gane la elección presidencial, la conquista del Senado es considerada fundamental, no sólo para restablecer el equilibrio con el control republicano en la Cámara baja, sino también porque los empates en el Senado son quebrados con el voto del vicepresidente de EU.
CONGRESO DECIDE SI HAY UN EMPATE
Cada delegación tiene un voto y tiene que elegir entre los tres candidatos con más votos.

Si hay un empate en la elección entre la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump, la responsabilidad de elegir al ganador pasa a la Cámara de Representantes, que lleva más de un siglo sin intervenir en el resultado de unas elecciones presidenciales.

Si esto ocurre, la Doceava Enmienda a la constitución de Estados Unidos establece que la Cámara de Representantes elija al Presidente.

Cada delegación tiene un voto y tiene que elegir entre los tres candidatos con más sufragios. La situación actual de la Cámara es que los republicanos tienen el control de la mayoría de las delegaciones estatales: 33 estados republicanos contra 14 en manos demócratas.

Por lo que Trump podría salir beneficiado… o no porque varios congresistas republicanos han dicho públicamente que ellos no votarían por el empresario.

A cada grupo de representantes de un mismo Estado se le asignaría un solo voto y los tres miembros del distrito de Columbia no participarían.

Entonces, el Presidente saldría elegido por mayoría simple, por lo que serían necesarios 26 votos (de los 50) para ganar.

Si volviera a haber empate, con 25 votos cada candidato, se tendría que repetir la elección por parte de la Cámara de Representantes.

Por otro lado, el Senado (100 senadores) sería el encargado de elegir al vicepresidente y cada miembro emitiría un voto. El proceso se haría por mayoría simple y, si hubiera empate a 50 el vicepresidente del país, quien es el presidente del Senado, inclinaría la balanza.

Si en la fecha de inauguración del mandato presidencial, establecida en el 20 de enero, la Cámara de Representantes no ha elegido al mandatario, el vicepresidente electo haría las veces de Presidente interino hasta que el desempate se resolviera.

En realidad, nunca ha habido un empate exacto del Colegio Electoral entre dos presidenciables. Pero en tres ocasiones en la historia, la Cámara ha intervenido por falta de mayoría del candidato a Presidente, cuando las reglas y los números eran distintos.

Sucedió en las elecciones de 1800, cuando los candidatos a Presidente y a vicepresidente del mismo partido, Thomas Jefferson y Aaron Burr, recibieron el mismo número de votos.

En 1824, cuando los votos quedaron divididos entre cuatro candidatos y ninguno logró la mayoría del total; y en 1896, cuando tres estados tuvieron una disputa interna sobre a quién votar.

HILLARY CLINTON

CIUDADANOS DEFINIRÁN OTROS TEMAS
WASHINGTON.– Mientras el mundo observa la contienda por la Casa Blanca entre el republicano Donald Trump y la demócrata Hillary Clinton, los estadunidenses están también llamados a votar hoy en otras 154 consultas en 35 estados sobre asuntos como la mariguana, la pena de muerte, el salario mínimo o los impuestos.

Los votantes de Arizona, California, Maine, Massachusetts y Nevada decidirán si se legaliza la venta y consumo de mariguana en sus entidades, mientras Arkansas, Florida, Montana y Dakota del Norte, resolverán también en las elecciones si aprueban o expanden la venta de mariguana medicinal.

El voto en estas entidades podría dar un mayor ímpetu a la legalización de la mariguana para uso recreativo en todo el país, o frenar su avance.

California, que con 17 es el estado que más propuestas ciudadanas presenta, también es protagonista junto a Nebraska de otra de las consultas más polémicas: acabar con la pena de muerte.

Los dos estados podrían unirse así a la lista de 19, de los 50 que componen la unión, en los que ya está abolida.

Otras iniciativas son la obtención de fondos para la educación, la regulación de las armas, los aumentos de impuestos al tabaco, el incremento del salario mínimo.

También destacan la iniciativa de “Ley de Sexo Seguro en la Industria del Cine para Adultos”, que se votará sólo en California.

La medida pretende exigir a los actores de películas para adultos usar preservativo durante el rodaje de escenas sexuales. Además, obligaría a los productores de esas películas a pagar las vacunas, pruebas y exámenes médicos relacionados con las infecciones de transmisión sexual.

DONALD TRUMP

PREOCUPADOS POR EL FURURO DEL PARTIDO
HERSHEY, Estados Unidos.– La clase obrera más conservadora de Pensilvania percibe en Donald Trump a un salvador que puede devolver a Estados Unidos el empleo y revolucionar Washington. Pero temen seriamente por el futuro del Partido Republicano si el candidato pierde.

Los hombres y mujeres que viven en las localidades industriales de Pensilvania y otros estados mineros e industriales fueron catalogados por Barack Obama en 2008 como estadunidenses “amargados” que están aferrados a “las armas o la religión”.

Ocho años después, y con la carrera hacia la Casa Blanca en su tramo final, el desaire sigue fresco en el ánimo de muchos en las áreas rurales del estado, quienes se sienten cada vez más ajenos a las decisiones que se toman en
Washington.

Trump es para ellos el provocador empresario inmobiliario que golpeó en el rostro a la clase política con una combativa campaña electoral.

Al actuar así produjo un abismo entre los líderes republicanos y millones de militantes de base.

Si Trump triunfa, el partido será suyo en una apabullante toma del poder político que podría cambiar por décadas el paisaje del conservadurismo estadunidense.

Si pierde, a los republicanos les espera el desafío de reconstruir el partido y curar las heridas.

Algunos seguidores de Trump contemplan abiertamente la posibilidad de que el partido desparezca, y creen que muchos que trabajaron por la antigua estrella televisiva podrían abandonar el partido.

Pensilvania perdió muchos empleos industriales, y su tasa de desempleo es más alta que la media nacional.